Allen: a veces la cosa no funciona
Los dos años que se tomó la distribución local para estrenar este film de Woody Allen (anterior a «Conocerás al hombre de tus sueños», vista en febrero) parecen nada al lado de los casi cuarenta que demoró el realizador en llevar a la pantalla el guión sobre el que está basado. Tanta demora disculparía la insistencia de Allen sobre un tema que dentro de su obra está agotado (la relación de un hombre neurótico más que maduro con una jovencita inexperta que lo idolatra), siempre que se olvide que, a cuatro años de cumplir 80, sigue obsesionado con lo mismo.
A diferencia de «Conocerás...», cuya estructura era mucho más ingeniosa pese a que al personaje de Anthony Hopkins le ocurriera lo mismo que aquí a Larry David, «Que la cosa funcione» apenas maquilla un formato casi teatral y algo primitivo, en el cual el protagonista, a la manera de un stand up comedian, sermonea permanentemente al espectador, rompiendo inclusive la «cuarta pared» en el largo monólogo inicial, con sus opiniones sobre la vida, las mujeres, el amor, la estupidez humana y la inmortalidad. Seguramente, el público norteamericano haya disfrutado al escuchar despotricar a Larry David, aunque no es imposible que quienes no lo conocen reaccionen de la misma manera que lo haría un auditorio de Minnesota ante un monólogo de Pinti.
David, así, hace de un Woody Allen mucho más cabrón; antes que un «alter ego», un doctor Jeckyll. Ex científico candidato al Nobel, ermitaño, divorciado de una mujer intolerablemente perfecta, su vida transcurre en un bar en el que abruma a sus amigos con sus discursos. Hasta que se le cruza la veinteañera Melody (Evan Rachel Wood), a quien termina hospedando en su casa por piedad primero y más tarde por amor, en el sentido más alleniano de la palabra.
La posterior aparición de los padres de Melody, oriundos del sur norteamericano (la madre, una profunda religiosa; el padre, socio conspicuo de la Sociedad del Rifle) introduce uno de los pocos momentos auténticamente divertidos de una película malhumorada, seria, escasamente divertida, características éstas que lejos de ser involuntarias son, a creerle al protagonista que lo anuncia desde el primer momento, por completo deliberadas.
Los esporádicos chispazos de ingenio de «Que la cosa funcione» no atenúan nunca la sensación de que lo que se está viendo es una obra anacrónica, pensada para una etapa de la carrera de Allen superada hace mucho, y cuyo forzado aggiornamiento produce el mismo efecto que tendría hoy un remake de «Sueños de un seductor» o la misma «Manhattan».