Woody se impone a Larry
El cine de Woody Allen de los últimos tiempos viene siendo una acumulación de paradojas. No parece haberse renovado mucho en sus más recientes filmes, que a la vez siguen conservando aristas de interés. Sus temas y formas siguen siendo las mismas, y se percibe un envejecimiento en el conjunto, pero con poco esfuerzo se sigue imponiendo por sobre buena parte del cine norteamericano actual. Es predecible, tanto en sus defectos como en sus virtudes, pero ya tiene un piso de público asegurado, que conecta permanentemente con su mirada, se fascina con sus hallazgos y le perdona sus errores (o incluso horrores, como Scoop).
Debo decir que en lo personal tenía algunas expectativas extras con Que la cosa funcione, básicamente por la presencia de Larry David, no sólo un gran actor, sino también uno de los mejores guionistas de las últimas décadas en la televisión estadounidense, co-responsable de Seinfeld y estrella absoluta de Curb your enthusiasm. David daba la impresión de ser un alter-ego casi perfecto para Allen, por su visión del mundo neurótica, desencantada, sarcástica, nihilista, pero a la vez con cierto dejo de esperanza en el medio de mucho humor negro.
Pero a la vez, había que tener en cuenta ciertas cuestiones vinculadas al trabajo de los actores con el director. Me parece que la razón más fuerte por la que Allen consigue seguir armando grandes elencos para sus obras ya no es tanto por su prestigio sino más bien por su sencillo método de filmación y puesta en escena, que permite que los rodajes sean ágiles y relajados a la vez. Por ejemplo, Colin Farrell supo decir, luego de rodar El sueño de Cassandra, que había hecho para toda esta película la misma cantidad de tomas que para una escena de Miami Vice, que había sido una pesadilla para el actor por el estilo obsesivo del director Michael Mann.
El precio que hay que pagar es que el mundo del realizador tiende a absorber la personalidad del actor, en vez de mimetizarse o confluir apropiadamente. Eso no estaría necesariamente mal, pero en casos como el de Will Ferrell en Melinda o Melinda (donde se extraña la expansión física del intérprete de El reportero) es un pequeño gran desperdicio.
Algo similar ocurre en Que la cosa funcione. No es que no hayan vínculos entre el universo de Allen y David. El filme del primero, al igual que las creaciones televisivas del segundo, trabaja con elementos y mecanismos de causa-efecto y de acción-reacción. Pero aunque en los dos casos se construye en base al disparate, las aventuras de los cínicos personajes de Seinfeld o del Larry de Curb your enthusiasm funcionan con mucha más lógica y verosimilitud.
En Que la cosa funcione, con su relato sobre un intelectual frustrado por la vida que por casualidad conoce a una chica mucho más joven que él y que parece encarnar lo opuesto a sus valores y creencias, pero con la que termina iniciando una relación, todo da la impresión de ser mucho más forzado. De hecho, la utilización del dispositivo de hablar a cámara por parte del protagonista, más que promover un diálogo con el espectador, redunda en explicaciones sobre las acciones y la progresión del relato.
A pesar de todo lo anteriormente señalado, Que la cosa funcione tiene un par de líneas memorables, algo que es un rasgo de fábrica del cine del neoyorquino, en especial en sus comedias. Como decíamos antes, a Woody con ese poquito le alcanza y hasta diríamos que le sobre. La pregunta que surge entonces es la siguiente: ¿eso habla bien de él o mal del resto del panorama cinematográfico?