LO VIEJO ES LO NUEVO
Al volver a un guión escrito en 1977, Woody Allen vuelve a ser él mismo a través no sólo de su personaje protagónico, interpretado por Larry David, sino también, de sus temas favoritos, sus motivos visuales y, por último pero no menos importante, a través de un manejo de la comedia que lo devuelve a su mejor forma.
Woody Allen se ha convertido, sobre todo en la última década, en un gran malentendido. Su cine, seguido con pasión y admiración por varias generaciones, ha dejado de cosechar nuevos adeptos y ha comenzado a envejecer junto con esas mismas generaciones que lo tenían como un importante referente artístico. Para complicar aún más este panorama poco auspicioso, la única película de este período que ha logrado cierta repercusión y aprobación por parte del público y de la crítica ha sido no sólo una de las más mediocres de su cine, sino también la que sin lugar a dudas menos lo representa. Así, Match Point, caracterizada por su excesiva solemnidad y su ausencia de originalidad, ha conseguido, a pesar de lo anteriormente dicho, ser considerada como la gran película de Woody Allen de los últimos años. Aquello por lo cual Allen trabajó desde el año 1969, cuando dirigió su primer largometraje de ficción: Robo, huyó y lo pescaron, es desmentido por completo en Match Point, ya que no sólo es un film que carece de cualquier viso de sentido del humor, sino que además intenta por todos los medios anunciarse como una película que debe necesariamente ser tomada en serio. En los tiempos que corren –aunque para ser sinceros, antes también- anunciarse como una obra importante da más prestigio que serlo. Un abismo separa Crímenes y pecados –su última obra maestra, según se ha establecido de forma unánime- de Match Point, un abismo que sin embargo Allen no duda en intentar franquear al conectar uno de sus temas favoritos y de sus obsesiones recurrentes: “Crimen y castigo”. Pero eso que antes Allen podía sugerir, ahora lo hace explícito: en Match Point el protagonista lee la gran obra de Tolstoi: “Crimen y castigo”. Como si Allen ya no pudiera confiar en que el espectador pueda descubrir los temas por sí mismo. Woody Allen había logrado convencer a un público reacio al humor de que la comedia era una forma artística importante, que no sólo se la podía combinar con el drama, sino que además en estado puro era capaz de otorgar la complejidad y la profundidad necesarias. Sin embargo, siempre estuvo claro que ese público al que Woody Allen atraía a la comedia era un tipo de público que subestimaba el género, y que sólo podía aceptarlo si llevaba su firma, por el universo intelectual plagado de referencias a grandes cineastas y escritores a los que hacía permanente referencia dentro de sus films. En estos años desdibujados, el realizador se descuidó y aquel público al que había convencido del prestigio de la comedia, ya no la acepta. Poco a poco sus nuevas comedias fueron perdiendo timing y eso derivó en que el público fuera perdiendo interés. Que la cosa funcione, su nueva película, es entonces una gran prueba de fuego pues tiene su origen en el 1977, cuando Allen escribió el guión para Zero Mostel (el protagonista de Los productores, de Mel Brooks, la versión original) quien trabajó junto a Woody Allen en El testaferro (The Front, 1976), película dirigida por Martin Ritt. En esa época surgió esta idea que recién ahora, y debido a la amenaza de una huelga de actores, Allen desempolvó para no dejar de producir su cuota anual. No es la primera vez que Allen retoma un guión de antaño. Cuando hizo Un misterioso asesinato en Manhattan (1993) tomó la trama policial que había desechado de Annie Hall (1977) y la convirtió en una película en sí misma, convocó a la protagonista de aquel film: Diane Keaton, y salió al cruce en uno de los momentos más complicados de su carrera. Tanto en esa ocasión como en ésta, Woody Allen sale más que airoso. Sin duda, 1977 era una época de una desbordante creatividad para el director y guionista; Que la cosa funcione lo demuestra a las claras. El personaje, que el público enseguida asociará con el propio Allen, está interpretado por Larry David (uno de los creadores de la serie “Seinfield”), un actor mucho más parecido físicamente al director de lo que era Zero Mostel. La ambigüedad se reduce, el espectador nuevamente va sobre terreno seguro. Asimismo se repiten dos obsesiones de Woody Allen: la relación hombre mayor - mujer joven y el vínculo entre un hombre intelectual y una mujer tonta (no recuerdo muchos ejemplos de lo contrario, de hecho no recuerdo ninguno en el cine de Allen). Cuando la vida privada de Allen se volvió pública por un escándalo, Allen perdió para siempre la confianza absoluta que los espectadores –como si fueran fans de una estrella de rock adolescente- habían depositado en él como abanderado de sus sueños, ambiciones y angustias. Allen no se recuperó más, y aunque la relación hombre mayor - mujer joven ya existía, incluso con una menor, desde Manhattan (1979), Allen fue juzgado cada vez que este tema volvía a surgir luego de su separación de Mia Farrow. Sin embargo, nada falla en esta nueva película del viejo Woody Allen. Su recurso de comedia, de hablar a cámara -muy al uso del comienzo de Annie Hall-, y su humor al estilo La rosa púrpura del Cairo, de plantear una interacción entre la pantalla y los espectadores, acá tienen el respaldo de un guión sólido, lleno de ideas, con situaciones realmente cómicas donde Woody Allen logra, como en sus mejores films, balancear comedia y tragedia a lo largo de una trama que muestra la elasticidad del corazón humano.
Si la cosa funciona parece demostrar que hay espectadores que ya no siguen a Woody Allen, que ya no lo respetan ni lo quieren ni lo admiran. Que luego de haber logrado entrar en la comedia han desandado ese camino para sólo aferrarse al cine solemne y sin riesgo que Allen entregó en Match Point. Si la cosa funciona es la película más auténticamente “Allen” que Woody Allen haya hecho en muchos años. Su guión, potente y efectivo, lleno de material rico y apasionado como hacía mucho no veíamos en su cine, es la muestra de que el realizador ya no sólo no tiene admiradores nuevos, sino que ha perdido a muchos de aquellos que decían admirar su cine. Que la cosa funcionees una comedia tragicómica que muestra el lado más luminoso de un director que, a pesar de todo, se conmueve con la comedia humana. Cercano a las comedias de Shakespeare y no a sus tragedias, Allen muestra la circulación de los afectos, los cambios de rumbo de las personas y la idea de que la vida aun es capaz de sorprendernos. Resulta irónico que Woody Allen hoy sea rechazado por ser él mismo y que, los que admiramos mucho su nuevo film, veamos como algo nuevo aquello que estaba escrito hace más de treinta años. Pero así es esta etapa del cine de Woody Allen, donde lo que parece nuevo es en realidad lo viejo.