Reviviendo
Otra vez Woody Allen crea un alter ego.
Otra vez sus personajes exponen cada uno de sus pensamientos.
Otra vez los procesos mentales son más importantes que la acción.
Otra vez.
El recipiente discursivo de su anteúltima película es Boris (Larry David, buena elección, es afín al estilo y visión). Este es quien verbaliza con profundo cinismo su forma de ver el mundo.
Él (Boris) es un físico que intentó suicidarse pero que obviamente falló en su ejecución (y por eso renguea a cada paso). Sus quejas y denostaciones del mundo todo no dejan de sucederse, lleno de manías y desesperanza, siente que no necesita mucho más en la vida.
Hasta que un día encuentra su vereda a una hermosa joven sureña.
Tan bella como ignorante (uno de los primeros clisés de la película) la alberga en su hogar porque no tiene lugar donde dormir.
Ella, arquetipo de la belleza, se obnubila ante Woody/Larry por su inteligencia y cultura. No es la primera vez que en un film de Woody una joven ninfa cae bajo su "encanto", ya en Manhattan (1979) una joven Mariel Hemingway se enamoraba de él.
La cuestión es que a fuerza de ignorancia (bueno, de sus noveles años en realidad) logra conquistarlo.
Ya en convivencia es cuando de la nada (uno de los primeros de los varios acontecimientos funcionales a la narración) aparece golpeando a la puerta de Boris/Larry/Woody la madre de la joven. Católica recalcitrante, no puede creer con quién formó pareja su hija y por todos los medios tratará de alejarla de ese extravagante señor mayor.
Esta entrada le permite a Allen incluir en sus críticas a la religión, objetivo fácil y obvio pero que por momentos, funciona.
Promediando la narración la madre (interpretada por Patricia Clarkson) se vincula con un profesor amigo de Boris quién descubre su veta "artística". Por causa de la liberación urbana (lo que al parecer causa la ciudad de Nueva York) cambia radicalmente su postura y modo de vida a excepción de su profundo deseo de alejar a su hija del amargado físico que "casi" gana el premio nobel.
Y posteriormente como si fuera poco, aparece el padre....
Viendo la trayectoria fílmica de Allen uno no puede más que sentir un constante deja vu de ideas y situaciones. Esta más cercana a sus películas cínicas y divertidas lo cual la hace grata, pero uno no deja de sentir la existencia de un piloto automático de su parte. Los personajes profundamente maniqueos hacen de ese mundo una farsa que solo cabe en la cabeza de Allen.
La represión producto de la religión, la dualidad campo/ciudad, la belleza vinculada a la ignorancia y la inteligencia emparentada con la decepción y cinismo hacen a la película demasiado simplificadora. Y considerando que es un film sustentado en las actuaciones, no ayuda ver a los personajes como marionetas parlantes, cambiando de carácter sin un mínimo desarrollo emocional.
Alejado ya de sus mejores películas, Allen continúa repitiéndose quizás intentando no aburrirse.
Le agradeceríamos que nos incluya en su ecuación para que la "cosa" funcione.