Un crimen de ensueño
Que lo pague la noche es una película presentada para video originalmente en el año 2004, que se estrena ahora en salas comerciales luego de haber obtenido una serie de apoyos institucionales, el INCAA entre ellos.
La acción transcurre en el barrio de Lugano: Esteche, una especie de delegado vecinal, celebra su matrimonio con Fiorella en el parque. Repentinamente cae desmayado sin explicación. Dos hombres y la reciente esposa lo trasladan hacia un supuesto hospital, pero finalmente lo abandonan en un descampado. Aunque la versión oficial es que ha muerto de un pico de estrés, los vecinos de Lugano comienzan a especular sobre una posible conspiración.
Si bien se trata del primer largometraje que produce el director Néstor Mazzini, éste da cuentas de una gran solvencia en el manejo formal de los recursos narrativos y estilísticos. Resulta especialmente notable el privilegio que Mazzini hace de los recursos visuales por sobre el diálogo para obtener un clima onírico y enrarecido. Esto no significa, sin embargo, un desmedro en el manejo expresivo del material sonoro, lo cual se advierte en el sofisticado tratamiento que hace de algunos de los diálogos al utilizarlos como elemento de ambientación o fondo sonoro para generar un impacto estético.
El relato, no obstante, presenta dos deficiencias: 1) algunas oscuridades en la estrategia narrativa, que impiden al espectador apropiarse de la historia de modo orgánico; b) el recurso (ya un poco gastado y difícil de justificar para cualquier proyecto) de actores no profesionales para la realización de la película. Sobre el primer punto, entiéndase bien, dado el carácter onírico del relato es esperable un nivel de ambigüedad en el armado de la historia (¿Esteche verdaderamente regresa y es ajusticiado por los vecinos de Lugano, o todo el relato es la ensoñación de un moribundo?). Pero esta ambigüedad, al ser estructural debe estar correctamente planteada para que el espectador advierta que se trata de dos posibilidades narrativas que el relato habilita de manera simétrica, y no de una desprolijidad formal. Esta ambigüedad con la que se pretende jugar narrativamente no está lo suficientemente preparada por la instancia de enunciador, y de allí que el espectador hacia el final pueda sentirse confundido. Esto es importante entenderlo: la ambigüedad narrativa cuando está bien desarrollada no deja lugar a dudas, no es confusa; el espectador claramente entiende que se lo estimula a elegir entre dos posibilidades, por las cuales el enunciador no se juega. Sobre el segundo punto, no es demasiado lo que se puede decir: las actuaciones son malas, y esto desluce demasiado el devenir del relato.
El recurso de emplear a actores no profesionales suele tomarse como una virtud en sí misma, y pienso que es un criterio erróneo. Si lo que se pretende es generar un efecto de pretendido realismo, creo que el error es doble, pues el efecto suele ser casi siempre todo lo contrario, excepto en las extraordinarias y excepcionales situaciones en donde los actores principales del suceso demuestran condiciones naturales para la representación, o bien han sido bien dirigidos –dramáticamente hablando- por algún profesional. En el resto de los casos, el resultado es siempre forzado. Este fetiche va de la mano con aquel otro que sostiene que para generar un impacto de narración realista, nada como contar las cosas que realmente suceden. Este desmedro de lo ficcional, injustificado e insostenible, es lo que ha llevado en los últimos años a que las producciones, propias y ajenas, crean que el hecho de mostrar el cartelito de basado en una historia real es de por sí un plus de valor y que esto engrandece la producción cinematográfica.
Pienso que nada en el film de Mazzini justifica apelar a actores no profesionales, y que en última instancia, si hubiese sido un asunto de presupuesto, debió ponerse más énfasis en la dirección de actores, rubro que en la producción cinematográfica argentina, junto a la elaboración de guiones, suele ser el más descuidado.