Resaca recargada
¿Quién dijo que las segundas partes no son buenas? ¿Qué pasó ayer? Parte 2 (The Hangover 2, 2011) retoma la historia de los cuatro amigos perdidos en Las Vegas y los traslada a la lejana Tailandia. El resultado es una comedia hilarante y brutalmente ordinaria patinada con la visión etnocentrista de la sociedad norteamericana.
Stu Price (Ed Helms) encontró su media naranja en aquel país asiático. La alocada despedida vivida dos años atrás dejó secuelas y el odontólogo desdentado en la primera parte se conforma con decirle adiós a su soltería rodeado de sus amigos Phil (Bradley Cooper) y Doug (Justin Bartha) en un ameno desayuno. El deja vu comienza cuando, por expreso pedido de Doug, Stu invita al particular cuñado de éste, Alan (Zach Galifianakis), a la coqueta ceremonia en tierras tailandesas. Nada parecía complicarse hasta la última noche, cuando un inocente brindis con un porrón de cerveza deviene en una segunda noche de gira, en este caso por los arrabales de Bangkok. La buena noticia es que están los cuatro. La mala es que falta el hermano de la novia.
¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009) fue casi una alquimia, una de esas rara avis que cada tanto sorprenden en la cartelera –no porque este tipo de películas sea inhallable, sino porque suelen tener destino de DVD- mixturando una comicidad férrea y desaforada con un universo poblado de criaturas desopilantes. La cercanía temporal no favorece para dimensionar su alcance, pero da la sensación que los límites éticos de la camaradería y lo mostrable se han corrido gracias a la tracción de los cuatro protagonistas y el alma mater, el realizador Todd Phillips. Si a esa calidad se le adosa el éxito mundial –casi 300 millones de dólares sólo en Estados Unidos-, la secuela estaba al caer.
Pero lejos de escupir películas como máquina de chorizos alla El juego del miedo, Phillips y compañía redoblan la apuesta. ¿Qué pasó ayer? Parte 2 apunta directo al tuétano de la idiosincrasia norteamericana muñida de una incorrección subyacente impactante, que pone patas para arriba todo lo modélico. Y esto no es por los primeros planos de travestis desnudos, los kilos de drogas inhalados y sexo desenfrenado, sino por la aceptación de que todo eso es consecuencia de un impulso irrefrenable del “animal interior”, tal como lo llama Stu, que los muchachos tienen adentro. Porque no alcanza que el futuro casado anhele una vida tranquila y son sobresaltos; la pulsión de lo incorrecto, usualmente reprimida por la predominancia de la imagen externa, aquí es vital, incontrolable. El alcohol y la droga son los médium para hacer de lo pecaminoso y onírico una realidad, para que esa manifestación inconsciente sea un acto corpóreo. La borrachera es el pasaje para corporizar un sueño, vivir lo impensado. Lo modélico es una pantomima, una hipocresía impuesta por ese mismo entorno represor.
Como si esa incorrección y la infinidad de (buenos y algunos no tanto) chistes no fuera suficiente, Phillips va por más y traslada la acción fronteras afuera de Estados Unidos, lo que da lugar para un sinfín de chistes sobre la cultura tailandesa. Pero lo que podría entenderse como un gesto gratuito y fácil –siempre es más simple reírse “de” y no “con”- aquí opera como un elemento que ancla el punto de vista de la película. Los cuatro amigos miran el mundo tailandés apresados por el extrañamiento propio de quienes no conciben un mundo por fuera de su país. Es casi una viaje interplanetario, surreal. Los chistes generados por la diferencia cultural sintomatizan la plena pertenencia de los protagonistas a la idiosincrasia norteamericana.
Provocadora (la escena de los travestis), guarra (la escena de los travestis) e incorrecta (la escena de los travestis), ¿Qué pasó ayer? Parte 2 sobresale con holgura entre la chatura de la comedia norteamericana que los distribuidores consideran comercial. Es apenas la punta del iceberg. Debajo hay mucho más.