Nada de nada (y una recomendación final)
Mucha gente aprovecha sus vacaciones para ir al cine. Yo necesitaba vacaciones, y vacaciones sin cine. Así las cosas, fueron vacaciones sin e-mail y sin películas (ni una). Tres semanas sin películas para volver con los ojos limpios y avidez por sentarme en una butaca (del centro a la izquierda, mirando hacia la pantalla). Volví al cine...
...pero las dos películas vistas fueron un fiasco. Empecemos por la que terminó con mi ayuno fílmico: Hanna, de Joe Wright, que bascula entre una intriga que se resuelve de forma anodina, groseras faltas de verosimilitud (en demasiados enfrentamientos primero se dan piñas y patadas, y luego se tiran algunos tiros: ¿por qué no tiran antes?; la “niña del bosque” Hanna no sabe ni lo que es un ventilador y luego, sin pasar por la Pitman, googlea a todo trapo) y reiteraciones ad náuseam de que, ojo, hay que trazar paralelos con los cuentos de hadas (¿alguna vez más nos van a aclarar que Cate Blanchett modelo 2011 –con aires y modos de Tilda Swinton– es “una bruja”?). Cine sin centro gravitatorio, hecho de retazos, tal vez un mero gesto canchero en forma de cómic, con algunos ramalazos de supuesta sofisticación como el villano alemán –que parece escapado de Cabaret de Fosse y rebozado con un poco de Fassbinder– o la música de The Chemical Brothers en contrapunto con la por muchos momentos payasesca acción. Habitualmente, cuando estoy varias semanas sin ir al cine la película con la que regreso a las salas me gusta un poco más de lo que me gustaría en medio de mucho consumo cinematográfico. Pero Hanna no fue el caso. Si es un chiste pop sofisticado, bueno, a veces prefiero los chistes más brutales, vibrantes y directos, como los que esperaba encontrar en ¿Qué pasó ayer? Parte 2 (The Hangover Part II). Pero esta secuela-reversión de una de las grandes sorpresas de la temporada 2009 está vaciada de interés, de intensidad, de esfuerzo cómico: los actores están apagados (hasta Galifianakis), y todo sucede de forma burocrática, previsible. No, el problema no está en rehacer la película original: con Todo un parto, Todd Phillips probó que podía reescribir con alma, corazón y gracia Mejor solo que mal acompañado. Pero si Mejor solo que mal acompañado era parte de la inspiración de Todo un parto, The Hangover no inspira The Hangover Part II sino que la reprime, le marca el camino para que pase por los mismos lugares, ahora con los zapatos gastados y los actores cansados. Todo está peor de lo que podría haber estado (salvo el mono, el personaje construido con mayor enjundia), fuera de ritmo: como Mike Tyson destrozando el grasoso éxito de los ochenta “One Night in Bangkok”. Las carencias rítmicas y el nulo carisma de Tyson para cantar condensan y ejemplifican de forma plúmbea los problemas de esta película hastiada de sí misma.
Habrá que seguir intentando y seguir yendo al cine, aunque ya no en las queridas dos salas del Atlas Santa Fe, que cerraron y dejaron sin cines a la zona de Callao y Santa Fe (en donde hace poco más de una década funcionaban siete salas concentradas en cuatro cuadras).
Por último, les dejo la recomendación de una película argentina que vi el año pasado: Lo que más quiero de Delfina Castagnino, que se exhibe en junio en el Malba los viernes a las 20:00 y los sábados a las 19:00. Una pequeña y sentida película sobre la amistad y duelos amorosos y filiales, hecha con gracia, convicción y emoción, elementos ausentes de los estrenos antes comentados. Un detalle: en Lo que más quiero un empleado que se queda sin trabajo se niega a recibir su indemnización, y este ha sido uno de los motivos –a partir de lo que yo denominaría una peculiar exigencia de “realismo sindical”–, por los cuales algunos críticos se han enfurecido con la película.