No muchos secretos esconde ¿Qué pasó ayer? Parte 2. Como en casi todas las comedias del subgénero bachelor, sabemos que el cuento terminará bien y que la boda se llevará a cabo. El relato en esta secuela no depara sorpresas, ya que la estructura permanece intacta: Stu (Ed Helms) parte hacia Tailandia para casarse con su nueva novia, cuya familia, de ese país, lo aborrece. Al viaje se suman sus amigotes, el parrandero Phil (Bradley Cooper) y el impresentable Alan (Zach Galifianakis) quienes, una vez allí, lo persuaden para tomar unos porrones de cerveza en la playa. Marcado psíquicamente por las consecuencias de aquel bacanal iniciático en Las Vegas, el novio acepta a regañadientes y, como esta vez el festejo se reducirá a un módico ritual de amistad, decide invitar al hermanito de su futura esposa, un adolescente prodigio que ni siquiera toma alcohol. Pero claro, los muchachos no aprenden más. Cuando se despiertan a la mañana siguiente en una habitación roñosa de hotel junto al mafioso Chow (Ken Jeong, otro que regresa) y un mono tití narcotraficante, apenas atinan a decir: “Pasó otra vez”. Encima, el joven brillante desapareció y sólo quedó su dedo en un vaso de agua.
La osadía del film de Todd Phillips se ubica entre Despedida de soltero y Malos pensamientos, aquella comedia oscura y venenosa extrañamente similar a La sartén por el mango. A su vez, comparada con esta noche de gira por Bangkok, la primera Qué paso ayer parece una de Disney. Se advierte algo novedoso con respecto a la manera de representar el desenfreno: los recién llegados le hacen honor a la fama de pervertidos que precede a los turistas americanos y europeos en estos destinos exóticos, y no sólo arrasan con todo a su paso sino que también se meten en ese fango y chapotean con ganas. Si en Las Vegas Stu se casaba con una prostituta –y eso que ni siquiera era el futuro novio de la fiesta–, acá termina haciéndose coger por un travesti –al cual, por cierto, se le ve todo– y pasándola de lo lindo. Si en la ciudad del pecado a uno le metían sedantes en el trago, acá se puede esnifar una montaña de cocaína, algo que por lo visto sólo aprovecha Chow, pero tampoco se podía esperar semejante nivel de transgresión por parte de los tres yanquis, al menos no de Stu y de Phil, “normales” pese a los eventuales desvíos del primero. El caricaturesco Alan, papel digno de John Belushi o de Chris Farley que Zach Galifianakis interpreta con una facilidad notable, habita otro mundo, sin duda más bizarro que el nuestro. Tan pasados de rosca están todos que tampoco faltan los chistes sobre sexo con jovencitos tailandeses.
Hasta el final feliz resulta jodón, incorrecto. Los resacosos vuelven en un estado deplorable, justo cuando el padre de la novia va a suspender la boda. En apariencia está todo mal y Stu, que además luce un tatuaje a lo Mike Tyson en su rostro como producto de la juerga, debería disculparse. Pero no. Nada de eso. El tipo se planta y le espeta a su futuro suegro que no es un dentista gris e ignoto como este creía sino que, por el contrario, lleva un demonio en su interior, una bestia indomable que lo empujó a irse de reviente con el cuñadito y a dejarlo tirado por ahí con un dedo menos. Ahora viene por la hija, decidido a casarse con ella. En una absurda superación dialéctica de la estupidez que caracteriza este tipo de desenlaces, el anciano tailandés se deja comprar por esa muestra pura de brutalidad americana y acepta gustoso. Como frutilla del postre, en la fiesta aparece el propio Tyson (esta vez sin su tigre) cantando y bailando tan espantosamente como lo hizo en el show de Tinelli. Por esta malicia, por esta desfachatez inesperada en las formas, ¿Qué pasó ayer? Parte 2 termina entregando bastante más de lo que se esperaba de ella.