Si algo hay que agradecer es la risa. La risa es saludable pero, desgraciadamente, escasa. Y si algo provee este film es una buena cantidad. No a todo el mundo le causa gracia lo mismo, pero en este caso las posibilidades de reír son tantas, que es difícil que no encuentre motivos para hacerlo. Más que una continuación, este film es una reformulación del primero. Esta vez, el grupo de amigos no celebra una despedida de soltero en Las Vegas (tema estadounidense) sino una boda en Tailandia. Por un pequeño error, los personajes terminarán varados en Bangkok buscando a un adolescente perdido, metidos en negocios ilegales, golpeados por monjes budistas, y burlados por un simio narcotraficante (y mucho más). De lo que se trata, en el fondo, es de un film de aventuras, como si se tratara de tres astronautas caídos en un planeta extraño a punto de devorarlos. Y, también y de modo casi subterráneo, de lo que implica la represión. Como en un cuento de hadas, los protagonistas son hechizados por una poción mágica y caen en el peor de los mundos: para salir, tienen que emplear las (pocas) armas que poseen. Hay también comentarios sociales (“La bala me rozó apenas el brazo... ¿Podés creer que me curaron por solo seis dólares?”) y elementos que parecen groseros o políticamente incorrectos pero que hablan más de una cierta tolerancia (ver la simpatía y la nobleza con que se trata a cierta prostituta). Las imágenes finales, las que resuelven la pregunta del título en castellano, son impagables.