El demonio que todos llevamos dentro
“Tengo un demonio dentro mío” (Stu)
¿Era tan buena la primera parte de The Hangover? ¿O era en verdad una comedia falsa y hasta peligrosa? Ni muy muy, ni tan tan. Es más, se podría decir que fue de los filmes más sobrevalorados y a la vez subvalorados de los últimos tiempos. Funcionaba bastante bien en sus dos primeros tercios, gracias a una estructura vinculada al género policial, donde la resolución se iba construyendo como un rompecabezas muy bien montado, y a un par de personajes memorables, con especial énfasis en el Alan interpretado por Zach Galifianakis, un ser tan inimputable como irritante. El problema pasaba por las secuencias de resolución, donde la película daba un giro conservador en el que se imponía claramente una postura machista (incluso misógina), conformista y conservadora.
Esta fórmula, por la cual se amagaba primero con romper con todo y luego se agachaba la cabeza, no era nueva. Ya había sido empleada por Los rompebodas, otra comedia que había hecho estragos en la taquilla. Muchos las habían catalogado como éxitos sorpresivos, pero en verdad no era tan así, ya que eran productos calculados para triunfar, precisamente a través de estas maniobras que amagan con ser rupturistas, pero que finalmente aprietan el freno, tranquilizando al espectador y dejando a todos (o casi todos) conformes.
¿Qué pasó ayer? consolidaba el tipo de relato que caracteriza a buena parte de la filmografía de Todd Phillips, quien presenta películas con hechos puntuales desencadenantes que llevan a una acumulación de hechos casi tortuosos que se revelan al final como un proceso de aprendizaje. De hecho, esto pudo comprobarse en su siguiente cinta, Todo un parto, donde el realizador pulió buena parte de sus defectos. Pero, a pesar de no ser tan masivos, sus mejores exponentes eran (y siguen siendo) Aquellos viejos tiempos y Viaje censurado.
Con ¿Qué pasó ayer? Parte II se percibe una paradoja: la historia gana donde antes perdía, pero pierde donde antes ganaba. Por un lado, hay mucha menos bajada de línea conservadora y no se fuerza a los personajes a decisiones inverosímiles, dejando que las acciones fluyan con naturalidad y que se pueda apreciar cómo algunos protagonistas, sólo bajo determinadas circunstancias (especialmente Stu, interpretado por Ed Helms) son capaces de estallar y salirse de la norma, encontrando su lugar oscuro justo cuando más lo necesitan. Asimismo, un personaje como el de Mr. Chow es tratado con mucha más consistencia, alejándose del estereotipo que lo caracterizaba en la primera parte. El filme resigna cierta ambición temática o de contenido, pero obtiene a cambio la coherencia que le faltaba.
Por otro lado, ¿Qué pasó ayer? Parte II recuerda en muchos aspectos a Mi pobre angelito: perdido en Nueva York, que era una copia carbónica de su antecesora, repitiendo giros, personajes y situaciones pero trasladados a otro contexto. Es un calco de lo que sucedía en Las Vegas, pero en Bangkok: la misma escena inicial de completa resignación en medio de la cronología del relato; el mismo despertar en una habitación sin recordar nada; una nueva pérdida de un integrante de la pandilla (ahora tienen que buscar al futuro cuñado de Stu); idénticos giros y resoluciones de guión hacia el final. Eso lleva a que lo que antes era novedoso y atrayente en la trama, aquí se convierte en predecible y agotador. De hecho, si se vio el filme previo, se puede predecir sin inconvenientes lo que va a pasar.
Aún así, hay que agradecerle a ¿Qué pasó ayer? Parte II que no se regodea en lo ya conocido ni abusa de la complicidad con su público, a pesar de entrar en las repeticiones ya mencionadas. Básicamente porque es notoria la energía puesta en la narración y en el cuidado de los personajes. Phillips no es tonto, sabe filmar, le gusta coquetear con los límites del buen gusto y es ahí donde esta película se hace fuerte. Sin alcanzar grandes alturas, es un viaje tan acelerado como divertido.