Todo está en manos de Alan
Las sagas se cansan y esta nueva incursión de los amigos en problemas demuestra que lo que alguna vez fue altamente efectivo y divertido es ahora un simple dispositivo que pocas veces funciona y que descansa todo su peso en el carisma de Zach Galifianakis.
“¿Viste? Me compré una jirafa”, le sonríe Alan a un chico que va en el auto de al lado. Chocho de la vida con el bicho de cuello de metro y medio, el no muy sensato Alan no tuvo en cuenta que no hay ingeniero vial en el mundo que para calcular la altura de un puente tome como referencia una jirafa subida a un trailer. Por lo cual... Bueno, en fin. Así empieza la tercera parte de ¿Qué pasó ayer?, y el comienzo es lo mejor de la tercera parte de ¿Qué pasó ayer? En rigor, lo único verdaderamente bueno. Buenísimo, en realidad. No por una cuestión de cantidad o calidad de gags, sino por algo más de fondo. En ese comienzo, la película dirigida una vez más por Todd Phillips hace algo que las anteriores no hacían, y que ésta tampoco hará, tras haber enterrado al papá de Alan: desarrollar un personaje. El personaje obviamente más interesante de la saga, el de Zach Galifianakis, que ahora toma volumen. El problema es que una vez que eso sucede, la saga vuelve al terreno de la peripecia. Lo cual no está mal de por sí: fue sobre esa base que las anteriores propulsaban lo que podría llamarse “teoría del caos” de Todd Phillips. Cosa que ésta no logra, porque está demasiado cansada para hacerlo. Las sagas se cansan y ¿Qué pasó ayer? lo está.
En la tercera parte, el barbado Alan adquiere un matiz bastante más siniestro del que hasta ahora tenía.
Alan adquiere aquí un matiz bastante más siniestro del que hasta ahora tenía. Se sabía que el tipo era capaz de llevar un diente en el bolsillo, dejar que la panza le asome por debajo de la camisa o colgarse un mono al hombro. Estaba claro que se daba el lujo de comportarse como un chico egocéntrico. Lo suficiente para permitirse todo lo que los “normales” no suelen permitirse, funcionando como cable suelto y tiro al aire. Lo que no se le había visto hacer era ponerse a escuchar “My Life”, de Billy Joel, despreocupadamente enterrado en sus auriculares, sin importarle un pito lo que le pasó a la jirafa ni a los que andaban por la autopista en el momento de la catástrofe que él provocó. Ni dar la espalda a la muerte de su padre, de puro egoísta (la escena es genial, puramente visual, un verdadero tratado sobre la disociación sonora y la relación entre el primer plano y el fondo de la imagen), desear la muerte de su no menos siniestra madre en el funeral de su padre (el gran Jeffrey Tambor) o decirle a un chico que su padre no es el que él creía. En la tercera parte de ¿Qué pasó ayer?, Alan Garner pasa de friquito divertido a fricón preocupante.
Pero ¿Qué pasó ayer? es, por definición, una película de protagonismo triple, y aquí queda más a la vista la chatura de los otros dos, que en medio de la locura desatada de las anteriores importaba menos (para no hablar del cuarto, el inconcebible Justin Bartha, a quien por algo todas las tramas dejan afuera). Aquí no hay exceso alcohólico, resaca descomunal y un mundo que funciona de manera disfuncional, sino lugares comunes extraídos sobre todo del cine de acción (el hampón encarnado por un John Goodman que tampoco se destaca, un asunto de drogas, la rivalidad con un capo rival), que hacen que lo que antes era puro desajuste (un tigre en el baño, el casamiento borracho con una prostituta, la perversidad polimorfa de Chow) se vuelva una previsible tramadispositivo, destinada a insertar en ella a los tres protagonistas. De los cuales sólo uno es cómico, sólo uno tiene interés, sólo uno es un verdadero personaje.
Como Messi mal acompañado, Alan no está en condiciones de desatar la locura por sí solo, quedando reducido a la jugada individual del one liner salvador. O a un slapstick tan torpe que en una escena hasta se nota que las cosas no se le caen encima, sino que se las tira (otros síntomas de negligencia de la película son la notoria digitalización de la jirafa y un parabrisas que, tras haber sido atravesado y astillado, reaparece impecablemente entero). Además de Alan, las otras cartas marcadas de las que Phillips y su coguionista echan mano son el asiático Chow (Justin Keon), que no aporta nada que no se haya visto antes (incluido el micropene que luce en un desnudo final), y Melissa McCarthy, la gorda guaranga de Damas en guerra, en un típico papelito, con perdón por la expresión, de relleno.