Hay un problema de base con esta serie. Si la segunda película resultó una especie de remake que funcionaba como una parodia de la primera exacerbando el costado -digamos- sádico del asunto, en esta tercera ya no quedan muchs más piruetas por hacer. Hay cuatro personajes en estado de caos inducido que revisan sus decisiones y revisitan con un poco más de sabiduría (apenas un poco más) los viejos escenarios. Por cierto, dado que se trata de excelentes comediantes -y muy buenos cómicos, cuidado que no es lo mismo- logran momentos donde el suspenso y el peligro se combinan perfectamente con la risa, y eso alcanza para que el espectador salga al menos satisfecho. Sin embargo, algo falta: no específicamente el elemento sorpresa (ni siquiera uno lo esperaba, en cuanto a la historia se refiere, en la primera entrega) sino la frescura. Ya sabemos cómo son estos personajes y también qué alternativas se les presentan; también imaginamos cómo habrán de llegar a cierta manera de la felicidad o casi. Lo que nos queda es esperar al nuevo gag, al momento donde el malabarismo posible de estos actores nos entregue el estímulo para la risa. Por suerte, lo consiguen en más de una ocasión. No es una mala despedida, después de todo, para intérpretes que, a partir de un esquema que muchos consideraron trivial, encontraron la forma de convertirse en estrellas. Se los despide con no poca risa y con mucho agradecimiento.