El Señor Inimputable y sus escuderos
Voy a dejar algo en claro desde un comienzo: la saga de ¿Qué pasó ayer? es para mí el clásico ejemplo de cómo una saga consigue dividir al público y la crítica al extremo, cuando en realidad no valía la pena tanto lío. El primer film poseía una gran habilidad narrativa, pero sus chistes, que coqueteaban en muchas ocasiones con la misoginia, el conservadurismo, el machismo y la homofobia, le restaban muchos puntos. La segunda entrega apenas si era una copia carbónico, bien realizada, pero sin un gramo de novedad, aunque era mucho menos conflictiva a nivel ideológico y moral. Allí ya se percibía un agotamiento en la construcción, como si el director y coguionista Todd Phillips nunca hubiera esperado tener que hacer una secuela (raro, porque el éxito de la primera en cierto modo era muy predecible) y la única idea que se le hubiera caído de la cabeza era repetir el modelo de su predecesora. De ahí que todas las discusiones que se habían generado respecto a la primera película (que había sido el equivalente a Matrix en la comedia, es decir, una obra tan sobrevalorada como subvalorada) se hayan reducido sustancialmente de cara al cierre de la trilogía, que llega sin causar demasiadas expectativas, tanto positivas como negativas.
Phillips parece ser consciente de la poca expectativa previa y en cierto modo con ¿Qué pasó ayer? Parte III busca barajar y dar de nuevo. Ya no hay boda, despedida de soltero y resaca, y el enigma pasa por otro lado: Alan (Zach Galifianakis) sigue totalmente desequilibrado y, luego de la muerte de su padre, Stu (Ed Helms), Phil (Bradley Cooper) y Doug (Justin Bartha) son los encargados de llevarlo a una especie de centro de rehabilitación. Sin embargo, durante el camino son interceptados por una banda de mafiosos liderada por un tipo llamado Marshall (John Goodman, bien en plan “gordo sorete”), quien secuestra a Doug y obliga a los demás a encontrar a Mr. Chow (Ken Jeong), recientemente fugado de la cárcel, y con quien tiene una cuenta pendiente, amenazándolos con matar a Doug si no cumplen su objetivo en menos de 72 horas. Hay un evidente retorno al tono cuasi policial, reforzado además por la vuelta a la locación original, que era Las Vegas.
Pero de lo que principalmente se hace cargo Phillips es que la saga de ¿Qué pasó ayer? es sobre Alan, ese ser inimputable, al que indudablemente le faltan un par de jugadores, que nunca se hace cargo de nada, que siempre está en su mundo y que en determinados momentos puede ser terriblemente irritante para la mirada “racional” de Phil y Stu, quienes siempre tienen que contemplar cómo el mundo se les pone patas para arriba. Con esta decisión, la película gana y pierde a la vez: por un lado, la solidez en la interpretación de Galifianakis, experto en este tipo de personajes, permite que la trama fluya y que cierta incorrección política se filtre de forma efectiva; pero por otro lado, el resto de la “Manada” queda desdibujada, siendo apenas espectadores de los acontecimientos que protagoniza Alan, o a lo sumo meros soportes para los momentos cómicos. De hecho, el único que le disputa presencia en pantalla a Galifianakis es Jeong, básicamente porque su personaje comparte códigos y conductas con Alan.
En consecuencia, ¿Qué pasó ayer? Parte III se convierte, más que en un épico final de la trilogía, como promete la propaganda, en una historia de amistad atravesada por lo policial, donde también intervienen la noción del aprendizaje (si antes lo era para Stu y Phil, ahora es para Alan, al que no le quedará otra que asumir algunas responsabilidades) y el romance, a través del personaje de Cassie (Melissa McCarthy, en perfecta sintonía con Galifianakis), quien tendrá con Alan una historia de amor tan dulce como hilarante, pero absolutamente coherente, que lleva además a que el giro “conservador” del final sea razonable y verosímil dentro de la historia.
Con el mismo tono absurdo de siempre, sin chistes superlativos pero con un piso lo suficientemente alto, ¿Qué pasó ayer? Parte III funciona sin problemas como clausura de la saga cómica más exitosa de los últimos tiempos. Su tono melancólico y su aire a despedida terminan produciendo cariño por sus protagonistas, en especial Alan, para siempre en el panteón de los “seres especiales” de Hollywood. Amenlo u ódienlo, a él no le importa.