Ameo ¿Dónde está mi casco?
Con la industria del cine de género en Argentina en pleno apogeo (resistiendo como puede, a puro pulmón, la crisis general de nuestro cine), no solo aflora el terror y el policial como género fuerte.
La comedia siempre funcionó bien en nuestra platea. Generalmente arraigada al costumbrismo y los códigos de la clase media barrial (cuando no la clase media alta “a lo Winograd”) y apuntando a la familia media heterogénea de edades promedio.
¿Qué puede pasar? es comedia de fórmula, respeta los cánones universales impuestos del género; y como un revés lo hace en clave cuasi paródica, autoconsciente de estar representando algo que, quizás, sea ajeno a nuestra cultura.
El target de edad también es otro dato distintivo, tratando de llegar al público que mayoritariamente repite como loro el slogan “yo no veo cine argentino”, “el cine nacional es siempre igual”: el público adolescente.
Llamativamente es, por lo menos, la tercera comedia nacional de género en el año que apunta a los pre veinticinco, contando Bruno Motoneta y En busca del muñeco perdido (Re loca podría ser la cuarta aunque le estaría escapando al target etario, y si bien es remake, adapta con algo de costumbrismo). Y entre las tres hay que reconocer que están haciendo bien las cosas.
La fiesta inolvidable
Darío Lopilato es Marito, un veinteañero o treintañero tardío, algo nerd, algo tarambana –una mezcla entre su típico personaje, no tan afectado, y los adolescentes que hacía Anthony Michael Hall en los ’80- que vive con sus padres: una ama de casa (Mirta Busnelli, que este año está on fire en el cine y lo celebramos) y un técnico reparador de electrodomésticos (Osvaldo Santoro).
Marito quiere ser inventor, es más: creó un casquete que tiene la posibilidad de traducir las ondas cerebrales y maneja un dron algo invasivo. Cuando los papis ganan un viaje de placer en un concurso, él queda a cargo de la tienda de reparación que simplemente debía cerrar por un par de días.
Es ahí cuando aparece Peter (Grego Rossello) el mejor y probablemente único amigo de Marito, veintetreintañero como él, con ínfulas de ganador canchero y un solo propósito: vivir el sueño americano que venden las películas.
Confusión va, confusión viene, Marito pierde los ahorros que su padre guardaba en el colchón, por lo que deben reabrir el local y hacerse cargo de algunas reparaciones para recuperar el dinero.
Ante sus ojos cae una voluptuosa mujer (Luciana Salazar autoparodiándose) que les compra un microondas destartalado como si fuese una gran obra de arte vintage, exigiéndoles que se lo lleven a su mansión en la que vive junto a “su tío” (Emilio Disi).
Cuando al llegar la mujer emprende un inmediato viaje, ellos quedarán a cargo de la casa y del senil anciano postrado en una silla de ruedas sin respuesta alguna; lo único que deben hacer es utilizar el casco para obtener un código que permita acceder a una caja fuerte.
Peter verá esto como la oportunidad de cumplir su sueño de realizar una gran fiesta como la de las películas yanquis; además de invitar a las dos vecinas que acaban de conocer (Magui Bravi e Inés Palombo).
El American Way of Movie
Andrés Tambornino, con mucha experiencia en el montaje y la dirección de El descanso (junto a Ulises Rossell) y S.O.S. Ex; y Alejandro Gruz, operaprimista con gran experiencia en la producción, se encargaron de la dirección de ¿Qué puede pasar? intentando homenajear lo más posible el estilo de las comedias estadounidenses.
La clave de ese homenaje será no disimularlo y tomárselo en solfa. Peter permanentemente habla de querer hacer una fiesta en una mansión a lo yanqui, en donde concurran chicas de nombre Kimberley. Viste remeras que hacen referencia al país del norte y hasta elige como decoración globos y guirnaldas en color blanco, azul y rojo. Es una penetración cultura completa.
¿Qué puede pasar? se refiera a películas como American Pie, Van Wilder, o Dude ¿Dónde está mi auto?; pero no es casualidad que aquellas eran protagonizadas por adolescente reales, y esta sean dos amigos que están más cerca de los treinta (si es que no los pasaron) que de la adolescencia pura. En todo caso serán adolescentes tardíos, o eternos. Una tónica que funciona mucho mejor que en la fallida La última fiesta.
Dos “chicos”, dos grandulones, que crecieron frente a la pantalla (probablemente) del televisor y su anhelo es replicar aquello que vieron, aunque su contexto diario sea completamente otro.
El humor mezcla este tono de parodia con el gag más directo de sketch y líneas de humor negro bastante llamativo.
No deja de sorprender lo que hicieron con Emilio Disi –más allá que ahora sea su film póstumo– de hacerlo pasar como un anciano casi comatoso, al borde de la muerte, inhábil, y expuesto a varias situaciones denigrantes. Algo tan incómodo como gracioso, si el comediante se prestó a ese juego.
Palombo y Bravi cumplen como los objetos de deseo, también en código película de universitarios estadounidenses; y Luciana Salazar, como la MILF, se ríe de ella misma y hasta de su propia poca ductilidad como actriz.
Santoro y Busnelli (que casi repite su rol de Bruno Motoneta) se sabe que siempre cumplen, más en la comedia, los queremos. Entre los secundarios quienes más se lucen son Luís Ziembrowski y Alejandro Müller en un dúo de personajes que mejor no revelar, pero arrancan varias sonrisas.
De los protagonistas, si bien ambos cumplen, Grego Rossello sorprende más y se adapta mejor a la propuesta de homenajear/parodiar a los clásicos de Hollywood.
Tambornino y Gruz manejan bien los códigos de una comedia independiente, con algo de bizarro o clase B, y un timing en el que (aunque no todos los gags funcionan igual) el resultado general es positivo.
¿Qué puede pasar? aplica la fórmula y tiene la capacidad para asumirse como lo que es. El resultado es bastante mejor de lo esperado.