El sueño de la fiesta americana
Mientras el cine de comedia argentino piensa en nuevos rumbos para erradicar esos fantasmas de los ochenta o de cierta idiosincrasia arraigada al costumbrismo o al sainete, aparecen este tipo de propuestas a medio camino entre mirar hacia afuera o para dentro. Y tal vez eso es lo que no termine de concretarse en ¿Qué puede pasar?, dirigida por Andrés Tambornino y Alejandro Gluz dado que las referencias al cine norteamericano de los ochenta y a esa picaresca estudiantina dice presente en el corazón del film. Pero también un intento de rescatar algunas marcas propias o explotar actores de la talla de Osvaldo Santoro, o Luis Ziembrowski, sin dejar de mencionar a la última aparición de Emilio Disi en un rol anecdótico para su gigante carrera a lo que se suma el gran desempeño de Chang Sun Kim para que la dupla Darío Lopilato y Grego Rossello consigan la rápida adherencia a sus personajes de perdedores simpáticos.
Premisa sencilla: Lopilato es un inventor frustrado, para su padre (Osvaldo Santoro) un hijo fracasado al que no le interesaría continuar con la tradición de un local de reparaciones de electrodomésticos e incapaz de asumir responsabilidades. Sin embargo, tendrá su oportunidad al quedarse a cargo de la casa durante un viaje relámpago de sus padres (La madre es Mirtha Busnelli) aunque su mejor amigo (Grego Rossello) intente convencerlo de cumplir el gran sueño de la fiesta a la norteamericana.
Sin adelantar más información, una serie de eventos desafortunados, que involucran a una sexy mujer (Luciana Salazar) quien los contrata para cuidar a un anciano en silla de ruedas, que no se comunica y que esconde la contraseña para abrir una caja de seguridad repleta de dinero (Emilio Disi), precipita la fiesta y todo el descontrol llega por partida doble: Chicas, alcohol, música estridente y estereotipos que caminan a la par de la consabida escatología propia de este tipo de películas.
Una vez que las referencias dejan de importar, la propuesta se va desinflando y las ideas originales quedan como asignatura pendiente, salvo en alguna oportunidad donde un interesante grupo de secundarios acomoda algunas fisuras de guión. A Lopilato le caen bien este tipo de papeles porque no interpreta el personaje extremadamente bobo de Casado con hijos ni tampoco superior para ganar matices en la medianía, su compañero de ruta hace lo propio y el complemento ayuda cuando los indicios de desgaste asoman por la ventana de las obviedades y los clichés.
El mayor problema que tiene este film es que al tratarse de una comedia argentina liviana no hay mucho margen de comparación con otras propuestas de género locales por lo cual el análisis cae desde su propia dinámica en lo que hay. Y la verdad es que hay bastante poco.