El documental del hijo de Pino Solanas recupera, de manera épica, las jornadas de lucha para pasar en el Congreso Nacional de la Argentina el Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.
Hay películas —documentales, especialmente— que se resisten de un modo u otro a un tratamiento crítico convencional. QUE SEA LEY, de Juan Solanas, es una de ellas. Es el tipo de “película con una misión” que trata de comunicar una idea y una experiencia de la manera más directa, clara y didáctica posible. Y juzgarla porque no es sutil o porque no propone demasiadas ideas renovadoras para el género casi que se siente fuera de lugar. Es una película para experimentar desde el convencimiento—no creo que cambie la opinión de mucha gente respecto a sus posiciones previas acerca del aborto— y para usar como parte del próximo intento de hacer pasar el proyecto de ley por el Congreso Nacional.
Es probable que Solanas la haya filmado convencido que la Ley en cuestión iba a salir. Hay un fervor, una energía y hasta una extraña belleza épica en las imágenes que se adecuan a un relato victorioso. Sabiendo el resultado, los que vemos el film ahora entendemos la rareza del producto final. Pero de todos modos no califica como problema sino como registro de una experiencia. Fue así, parece decir. Se vivió así. Fue épico. Perdimos, pero estaremos acá de vuelta, año tras año, hasta ganar. Si no éste, el que viene. O el otro.
Esa persistencia es un homenaje a la lucha de varias generaciones de feministas que dejaron y siguen dejando todo para que un proyecto de ley que permita que el aborto sea legal, seguro y gratuito sea aprobado por el Congreso. QUE SEA LEY es un recuento, vía entrevistas y testimonios, de la gravedad del tema aborto clandestino en la Argentina. En paralelo a esas historias, y más allá de algún que otro testimonio breve de todo lo que se dijo en estos días en el Congreso, Solanas se centra en las calles, los cantos, los bailes, las marchas, la fiesta, la espera, la lluvia.
Con drones, grúas y cámaras circulando alrededor de los manifestantes, acaso es el más impactante y mejor fotografiado registro de una manifestación en la Argentina que yo recuerde haber visto. El trabajo de color y de sonido es impecable (en especial esto último, llamativamente claro para ese tipo de eventos, usualmente tan caóticos), lo que permite que la energía de los manifestantes atraviese la pantalla. Es, casi, como haber estado ahí. O como revivirlo.
Seguramente para los que no conocen lo que sucedió en Argentina en 2018 la película tendrá mayores elementos informativos. Se narra el frustrado intento de que el Senado convierta en ley el proyecto que ya venía aprobado por Diputados. La película hace un breve repaso de la historia del proyecto (algunos discursos en la comisión específica que primero trató el tema, por ejemplo, otros de diputados) pero lo principal, además del seguimiento del día, es escuchar los casos y las historias, en primera persona, de mujeres que sufrieron las consecuencias del aborto clandestino, amigas, familiares y militantes que trabajan día a día para acabar con esa práctica horrenda y volverla legal, segura y gratuita.
Los que seguimos la causa de modo cercano conocemos y vimos mucho de lo que se aquí. Es cierto: QUE SEA LEY puede ser un tanto reiterativa y machacona, pero es parte de la propuesta. No se hizo para ganar premios en festivales sino para narrar una experiencia y documentarla. Solanas busca también no ofender a “los rivales”, los pro-vida, acaso con la intención de convencer a algunos de ellos ante futuras votaciones. No hay agresiones fáciles ni se los ridiculiza. Si eso sucede es porque algunos legisladores, por ejemplo, se ridiculizan solos. De todos modos veo difícil que pueda funcionar fuera del círculo “verde”. Son tantas las diferencias (algunas, visuales y organizativas, bien planteadas aquí de modo puramente cinematográfico) que queda muy claro de que hay mucho más que una plaza dividiéndolas.
Que sea ley
QUE SEA LEY es también, un homenaje de Solanas a su padre, Pino. No solo al darle espacio dentro del propio film a su notable discurso en la Cámara, entre otras breves apariciones, sino en la manera en la que este cineasta, formalmente tan distinto al director de EL EXILIO DE GARDEL, toma aquí varias referencias del clásico LA HORA DE LOS HORNOS para estructurar su película, con sus textos furtivos en tipografías gigantes, su división en episodios y su edición furiosa y épica. Los tiempos cinematográficos pueden haber cambiado, pero los políticos no tanto. Cincuenta años después de aquel clásico film siguen habiendo grandes deudas con diversas partes marginadas de la sociedad. Y homenajear aquella película es una manera de retomar y continuar la historia. Familiar, sí, pero también nacional.