"Que sea ley" : el poder de la palabra
El documental indaga en el fenómeno social que produjo el debate por la legalización del aborto con una posición tomada ya desde el título.
Si algo quedó claro el 8 agosto de 2018, cuando el Senado desaprobó el proyecto que proponía legalizar el aborto seguro y gratuito en todo el territorio nacional, es que no había marcha atrás. Que la decisión tomada por los congresistas, aun representando a un importante sector de la sociedad, no interpretaba de forma satisfactoria la necesidad de la mayoría, ni legislaba a favor de los más vulnerables. Y al mismo tiempo permitió constatar que cuando el cuerpo social se apropia de un derecho, tarde o temprano el poder político estará obligado a legitimarlo en la norma. De esa certeza partió el director Juan Solanas para realizar un documental que registra las luchas de los colectivos feministas que militan por la despenalización del aborto en la Argentina, al que no por casualidad decidió darle el título de Que sea ley.
Se trata de un documental de estructura clásica, que recoge testimonios y presenta información de manera directa.Lo primero a partir de tradicionales cabezas parlantes; lo segundo a través de las no menos usuales placas y textos sobreimpresos, que apoyan con datos concretos lo que los relatos aportan en calidad de pensamiento o experiencia personal. No dejan de llamar la atención los recursos elegidos, a los que se podría hasta calificar como conservadores en términos cinematográficos, teniendo en cuenta que lo que se está retratando con ellos es el movimiento más revulsivo que haya surgido en la política nacional desde la recuperación democrática. El contraste entre fondo y forma es notorio, pero no inocente.
Porque eso no quiere decir que aquello que Solanas pone en escena no venga cargado de una potencia abrumadora. Por el contrario, los testimonios expresan de manera contundente una serie de argumentos que sostienen la necesidad de intervenir cuanto antes, para modificar una realidad que no solo convierte en delincuentes a las mujeres que, por la razón que sea, no se sienten capaces de asumir la maternidad, sino que pone en riesgo sus propias vidas. Amenaza que, como se sabe, deja desprotegidas sobre todo a quienes ya se encuentran en desventaja. Alguien dice en la película que el precio de la clandestinidad lo pagan las más jóvenes y las más pobres, en ambos casos por una desigualdad que tiene que ver con variables económicas: unas por no estar aún emancipadas; las otras por carencia de recursos.
La decisión de Solanas parece surgir de una voluntad más política que cinematográfica y más didáctica que narrativa: la necesidad de transmitir una serie de ideas que, puestas a dialogar entre sí en un mismo espacio y tiempo, le permitan al espectador incorporar conceptos y procesarlos para llegar a sus propias conclusiones. En el marco de esa decisión, Que sea leyse permite registrar qué es lo que pasa en la vereda de enfrente, dándole un espacio a quienes militan en contra de la legalización del aborto, los autodenominados defensores de las dos vidas. Esos registros que en los papeles le permiten a la película cumplir con el trámite de presentar las dos caras, por el otro subrayan su carácter de documental de tesis. Que sea ley no indaga de forma libre en el fenómeno social que produjo el debate por la legalización del aborto, sino que lo hace con una posición tomada ya desde el título.
Por eso su mayor potencia no reside en las voces de los referentes del movimiento (personajes de la cultura, la política o la militancia), si no de las de quienes fueron víctimas de la situación legal en vigencia. Son sus palabras las que revelan la tragedia humana, ese sufrimiento en carne propia que permitirá eventualmente el milagro de la empatía. Son esas voces, junto a los registros vivos de distintas expresiones de esta lucha colectiva, las que en definitiva consiguen hacer de Que sea ley una experiencia documental potente y válida.