El famoso consejo de Holden Caulfield de El guardián entre el centeno resuena en el largometraje de Juan Baldana: “No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en el que uno cuenta cualquier cosa, empieza a extrañar a todo el mundo”. En este caso, la misantropía está representada por la figura de Germán Baraja (Gerardo Otero, en un magnético protagónico), un hombre que, ya en sus 40, nos comparte su aceptación del letargo cotidiano. Él mismo lo expresa: “Soy un sobreviviente inútil, agotado”. Antes de sumergirnos en esa larga diatriba, Baldana (quien adaptó la novela de 2015 de Gonzalo Unamuno) entrega flashes que contextualizan qué condujo a Germán a ese estado que parece irrecuperable, uno de “aburrimiento total” con lo que acontece a su alrededor.
En esos pantallazos vislumbramos una niñez traumática que en su presente se fusiona con consumo de drogas, noches de sexo intrascendente y diversos actos de repulsiva megalomanía. Una de las secuencias que van por ese camino, vinculada a la salud de su madre, es particularmente poderosa, con una bienvenida intervención de María Canale como la hermana del protagonista.
En otros momentos, en cambio, Baldana no logra darle impronta visual al visceral texto de Unamuno e incurre en un exceso de voces en off. De todos modos, a medida que se acerca el final, las piezas se van acomodando (Que todo se detenga fluctúa en diversas líneas de tiempo con el fin de reflejar la confusión y aversión de Baraja ante una sociedad carente de autenticidad) y Baldana condensa con imágenes precisas la revolución de su protagonista. A diferencia del joven Holden, Gerardo no pretende dar ningún consejo pero sí encuentra consuelo en algo: en sus propios pensamientos y en la certeza de que nadie podrá dominarlos. Para él, las ideas son impostergables.