Que todo se detenga

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

LA DESILUSIÓN DEL CUARENTÓN

Si la apuesta de inicial de Que todo se detenga pareciera ser rupturista y a la vez descriptiva, un retrato íntimo y generacional a la vez, donde lo personal insinúa lo político, su puesta en forma termina siendo demasiado limitada para sus ambiciones. La adaptación de la novela de Gonzalo Unamuno quiere ser un torbellino de furia y sonido, pero su verborragia cansa y hasta convoca al tedio a pesar de que cuenta con algunos elementos interesantes.

El film de Juan Baldana se centra en Germán Baraja, un escritor que está tan harto de todo lo que lo rodea como de sí mismo. Tiene un trabajo free lance, escribiendo para una revista francesa, al que desea renunciar, aunque no puede porque es lo que le permite sobrevivir. Reniega de la desilusión que le causó su paso por la militancia política, de su incapacidad para vincularse afectivamente, de su encierro constante, de su adicción a las drogas y el alcohol. Y, para lidiar con esas sensaciones de frustración, no encuentro otro camino que repetir las conductas que lo dejaron en el lugar de anomia en el que está ubicado, en un loop permanente de autodestrucción. En su recorrido, caótico y sin rumbo, el relato lo seguirá en diversos encuentros (con un vecino que le propone tener sexo pago, un antiguo compañero de militancia, una mujer con la que pasa una noche, entre otros) y las remembranzas de su época feliz, cuando estaba con su pareja, con la que intenta volver, obviamente sin éxito.

Hay un factor interesante en la historia -sustentado en una referencia explícita al proceso kirchnerista-, que es el hecho de que Baraja puede ser visto como un exponente de un sector de cuarentones que hace un par de décadas estaban ilusionados con un proceso político que eventualmente arribó a un presente de desencanto. Pero a la película le sucede algo parecido a su protagonista: queda entrampado en sus propios modos, sometido a recurrir una y otra vez al pesimismo irrevocable, en una descripción casi nihilista tanto a nivel particular como general. Si Germán ve al mundo que habita como un lugar de mierda y sin esperanza concreta posible, la mirada del film repite ese posicionamiento y redobla la apuesta con su personaje principal. Que todo se detenga ni siquiera se permite empatizar mínimamente con Germán y hasta parece regodearse un poco en sus repetidos fracasos. De ahí que termine dependiendo de sus momentos de furia o asomos de rebeldía -contra sí mismo y sus circunstancias- para no generar distanciamiento y hasta aburrimiento.

El resumen de esta aproximación fallida a lo que se cuenta es el monólogo final, una descripción furiosa de Germán de todo lo que ve y siente, pero que, lejos de impactar, da la sensación de ser un compendio de lugares comunes y esquemáticos vertidos por un tipo que posiblemente envejeció antes de tiempo. Que todo se detenga quiere ser una película generacional y hasta un retrato de un presente decadente del país, pero en el fondo tiene poco para decir.