Los méritos de este filme sobre la ceguera quedan opacados por su excesiva ambición.
“Vivimos en una sociedad donde resulta muy complejo ponerse en el lugar del otro”, dice Verónica González Bonet, periodista, madre de mellizos, ciega. Subsanar esa actitud es una de las metas de ¿Qué ves? Ecos de lo invisible: mediante los testimonios y el retrato de retazos de las vidas de González Bonet, un bandoneonista y su hermano mellizo (Mateo y Andrés Terrile) y dos chicos (Thiago Bazán y Nacho Spósito), nos enteramos de cómo se las arreglan todos ellos para desenvolverse sin utilizar un sentido primordial: la vista.
En esas imágenes y esas palabras, el aspecto periodístico del documental, está lo más interesante de la película. Y el espectador se queda con ganas de saber más acerca de cómo hace una madre ciega para criar a dos hijos (que, además, sí pueden ver); cómo se integra un nene ciego a compañeros de escuela (que también pueden ver); cómo hace un músico ciego para aprender a tocar sin la posibilidad de leer un pentagrama.
Pero la película no se limita a ser un registro periodístico de la cotidianidad de ciegos diversos; tiene ambiciones artísticas y filosóficas. Y es ahí donde pierde el foco, casi literalmente. Ilustradas con imágenes borrosas que, en claveexperimental, intentan emular una visión defectuosa, hay largas declaraciones de la artista plástica Silvia Gurfein y el artista sonoro Nicolás Varchausky, que reflexionan sobre lo visual, lo sonoro y la preponderancia de las imágenes en nuestra sociedad, entre otras cuestiones. Pero lo que más aportan es tedio, y terminan opacando los méritos del documental.