Esta es la cuarta producción del director de “El diablo viste a la moda” (2006), y “Marley y Yo” (2008), ambas estrenadas en los cines vernáculos y una tercera directa a DVD, “El Gran Año” (2011), que tiene, como las anteriores, puntos claros que parece la alejan de la producción media del cine de Hollywood.
El primero de ellos es que todas son un vehiculo en el cual se monta el realizador para hacer atractivos, y casi pasatistas, temas que en realidad no lo son tanto, y que al tratar de profundizar sin dejar el tono de comedia hace soportable el texto sin convertirlo en lacrimógena melodramática, ni en drama o tragedia.
La pregunta, al finalizar la proyección, es si eso lo que propone al principio, y produce un pequeño quiebre en la mitad, termina siendo sostenido, desarrollado, y definido, o si en realidad, concesiones mediante, se ha diluido en sólo una comedia romántica y pasatista.
Lo mismo ha sucedido en sus anteriores incursiones. En “Marley y Yo” el tema del crecimiento afectivo y maduración de una pareja es atravesado por las vicisitudes de la vida, proponiendo en principio un falso triangulo amoroso entre dos jóvenes y un perro, Marley, el del titulo, y en “El diablo viste a la moda” el mundo de la moda le sirve para presentar las luchas por el poder y las relaciones laborales asimétricas.
En esta producción, cuyo titulo original es “Hope Springs”, y en algunos países de habla hispana se estreno con el titulo más adecuado de “Si de verdad quieres”, narra la actualidad de una pareja de sexagenarios, con más de treinta años de matrimonio, con hijos casados, ya fuera de la casa, y con nietos, una situación de “etapa vital de la vida”, de la monotonía de sus vidas y de la posibilidad de cambiar y recuperar algo del pasado dentro del curso de lo cotidiano.
Hubo accesos e incursiones de este tema, como en el cine argentino con la fallida “El nido vacío” (2008), de Daniel Burman, pero el director David Frenkel apunta sus dardos en otra dirección sostenida en esa famosa frase de “donde hubo fuego cenizas quedan”
El tema se transforma no sólo en recuperar la pasión perdida, u olvidada, sino, y un poco más irreverente, la sexualidad de la tercera edad.
El filme abre con Kay (Meryl Streep) emperifollándose (como decían mis abuelas) para ir a sus aposentos supuestamente maritales, pero hete aquí que su marido Arnold (Tommy Lee Jones), que duerme en otra habitación, esta leyendo una revista de golf . Ella entra toda seductora, pero él no responde como ella quisiera.
Con esta sencilla escena pone de manifiesto el tema y que estaremos frente a un duelo actoral de magnitudes increíbles, lo cual se cumple en un ciento por ciento, y que tampoco decae cuando se incluye al Dr. Feld (Steve Carell), el terapeuta de parejas al que recurre el matrimonio a instancias, y por insistencia, de la mujer.
Lejos de cualquier otra interpretación que haya realizado Meryl Streep, aparece aquí configurando de maravillas su personaje, con un sinfín de recursos expresivos tanto con el rostro, como en una mirada, una mueca, o el cuerpo entero, una mujer agobiada, triste, sola, que quiere recuperar el amor que tuvo pues todavía tiene esperanzas sobre la vida.
En contraposición Tommy Lee Jones parece estar conformando uno de esos personajes que le vienen como añillo al dedo, un ser tosco, malhumorado, tacaño, cínico, casi asexuado, pero hay sutiles diferencias con otras apariciones del actor que lo demuestran como un grande de la pantalla, pero respondiendo a los requerimientos del director. Steve Carell tampoco desentona con su personaje, contenido y sin hacer uso de los tics a los que nos tiene acostumbrado.
La obra se sostiene por las grandes actuaciones, algunos gags bien resueltos, algunas líneas inteligentes, acidas, que fluyen sobre todo de la boca de Harold, y no mucho más.
El déficit entonces esta puesto en el guión que no termina por jugarse, y que cierra como una superficial radiografía de la clase media yankee, conformista y trivial.
Todo esto dicho recordando que hace no mucho tiempo se estreno una gran película alemana, que paso injustamente casi sin pena ni gloria por la cartelera de nuestro país, “Nunca es tarde para Amar” (2009), de Andreas Dresen, la cual recomiendo que la vean si no lo hicieron, con una situación de vida similar, pero con otras posibilidades de salida, ni tan moralista y menos pacata que la que otorga “¿Qué voy hacer con mi marido?.
La otra arista de lectura, deformación profesional mediante, esta puesta en que el filme por momentos parece ser un curso acelerado de la moda psicoterapéutica actual en los EEUU. Ya hubo otras que presentaban como panacea de curación estas teorías, como en la película “50 Y 50”, estrenada en enero de este año, y hace directa referencia a estas corrientes psicológicas en boga allí, esto es, las psicoterapias sostenidas por la teoría sistémica y la cognitiva, que en la película que nos convoca tiene un protagonismo importante.
En definitiva, una comedia que cumple con los cometidos del genero, pero sostenido casi exclusivamente por los actores.