Con un silencio inesperado, casi brusco, la nueva película de David Frankel (El diablo viste a la moda, Marley y yo) hace trizas la primera expectativa: en lugar de la típica introducción musical y movediza coordinada rítmicamente con una voz en off, Meryl Streep seduce sigilosamente a un espejo. Cuando su suavidad choca de repente con el rostro duro y la voz grave de Tommy Lee Jones, el portazo final ya adelanta que, una vez más, Frankel ha decidido hacer de los conflictos en sus personajes el principal narrador de la historia.
Kay (Meryl Streep) y Arnold (Tommy Lee Jones) llevan más de treinta años de casados y, con ellos, el peso de la rutina y el acostumbramiento. Todos los días, Kay intenta sin demasiado éxito llamar la atención de su marido, hasta que un día conoce al Doctor Feld (Steve Carrell), un especialista en terapia de parejas que ofrece una serie de sesiones intensivas para reavivar la pasión en la pareja. Expuesto de esta forma, no parece haber mucho por descubrir. Pero tampoco lo había en El diablo viste a la moda antes de verla (quizás sean las mismas expectativas que llevaron a alguna crítica a afirmar que la película desarrolla un drama a partir de algo que no lo necesita). Y lo mismo con Marley y yo: ¿A quién no le generó impacto el sentarse a ver una película acerca de un labrador y sus travesuras que terminaba siendo el testimonio de un hombre ocultamente insatisfecho con su vida familiar? El nuevo film de Frankel no va a ser la excepción. ¿Qué voy a hacer con mi marido? dispone, sí, instantes cómicos, pero sobre una base dramática que narra, ante todo, los obstáculos de una pareja en la lucha por recomponerse.
Por su parte, la música y el sonido acompañan esa seguidilla de tensiones y desencantos matrimoniales con una gracia notable. Los silencios profundos son reiterados, sobre todo dentro del consultorio del Dr. Feld, donde sus efectos se potenciarán junto a una Kay pensando seriamente en volver a la soltería, o un Arnold desesperado por poder comunicar lo que siente. Los instantes musicales también son frecuentes y, si es que no acompañan lo narrado, por momentos revelan aquello que no se ve. Éste último caso es el de Why, la canción de Annie Lennox que se extiende durante sus casi cinco minutos (todos sabemos que es un tema para escuchar hasta el final, incluido su último y desgarrador susurro: “No sabes lo que siento”), pero que principalmente pone palabras casi exactas al momento más crítico de la pareja. Y, sin más, la última melodía en la película (Bright Side of the Road, de Van Morrison) expresa por sí misma una síntesis de lo que vimos: “Desde extremo oscuro de la calle / hasta el lado iluminado de la carretera / seremos amantes una vez más”.
Quizás es recién en ese final cuando la insistencia en subrayar el drama cobra su verdadero sentido. Si bien El diablo viste a la moda, Marley y yo, como así también ¿Qué voy a hacer con mi marido? no se privan de recurrir al sentimentalismo y a la ingenuidad que antes habían esquivado, por algún motivo, sus desenlaces funcionan. Supongo que Frankel ha decidido –una vez más y entre risas– pinchar la expectativa de un final medido y acorde al resto del relato, y nos ha obligado, seducción dramática mediante, a creer en la viabilidad de uno feliz. O mejor, en la de uno felizmente feliz.