Matrimonio mayor
Meryl Streep se luce interpretando a una mujer que trata de encarrilar la relación con su esposo, un malhumorado Tommy Lee Jones.
Algo decididamente no anda bien entre Kay y Arnold. Sentados a la mesa junto a sus hijos, celebrando sus 31 años de casados, Kay cuenta que como presente “nos regalamos la suscripción al cable. Son muchísimos canales...”. Duermen en cuartos separados, la rutina diaria es asfixiante. “¿Se puede cambiar un matrimonio?”, le pregunta intrigada Kay a una amiga. No, no haría como en Dos más dos . Nada de swingers. A los sesenta y pico, Kay y Arnold están más cerca de ir a la cama a ver la tele que hacer otra cosa.
La pregunta es quién quisiera estar con un especimen como Arnold, con el rostro, el malhumor y todo lo negativo que sabe darle a su personaje el insufrible Tommy Lee Jones. Bueno, ésa es Kay, la protagonista a la que Meryl Streep sabe dotarle de toda una paleta de ricas características, cambiante pero coherente en cada salto de escena, más aún cuando el guión los lleva a pasar una semana en Hope Springs (el título original del filme), donde el doctor Feld (Steve Carell) intentará ayudar a ambos en su centro de terapias de parejas.
Con experiencia en la pantalla chica -ha dirigido capítulos de Sex and the City , Band of Brothers y Entourage -, el director de El diablo viste a la moda vuelve trabajar con Streep, y eso, se nota, es un handicap. La actriz se roba cada una de las escenas en las que está incluida, aunque sin proponérselo. Debe ser difícil compartir encuadre con ella: Aunque Carell y Jones no desentonan, la estrella de La amante del teniente francés sigue imponiendo su estilo y magnetismo como siempre.
Meryl compone a un personaje, distinto a lo de siempre, Tommy Lee hace lo de siempre, el insoportable, quejoso, amargado. Claro, lo bien que le sale.
Para que la película no terminara siendo un capítulo de una buena serie de televisión, se necesitaban, además de las buenas actuaciones, diálogos jugosos, situaciones cambiantes, un ritmo distinto en cada salto de secuencia. Y Frenkel lo hace. A veces, con meros apuntes (la mesera que los atiende en el restaurante del pueblo inmediatamente detecta que están para la terapia de parejas), otras dejando fluir las acciones y expresando la simpleza de una mirada cómplice entre el matrimonio, o con las preguntas de tono sexual que les hace el terapeuta.
“No es tarde para el que se atreva a intentarlo”, dice el doctor Feld, con más ímpetu de libro de autoayuda que otra cosa. En una pareja en la que no se cuentan sus fantasías ni sus sentimientos, debe hacerse difícil sostener la intimidad a futuro, se tenga la edad que se tenga. Y por eso ¿Qué voy a hacer con mi marido? es tan divertida como cuestionadora. Tal vez Kay y Arnold no tengan éxito en lo suyo, quién sabe, pero del otro lado de la pantalla, el que gana es el espectador.