Hacerse cargo
La película se vuelca al humor negro, la ironía y el sarcasmo provocando risa a partir de situaciones absurdas que los personajes transitan más llevados por sus propias faltas que por una mirada omnisciente que los juzga o los manipula.
La dupla Cohn-Duprat viene abriendo un camino para el cine argentino que resulta interesante y distinto. Con El artista y El hombre de al lado demostraron que pueden aunar ideas y entretenimiento con originalidad y sin envarados intelectualismos. En Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo acometen un nuevo riesgo y salen airosos.
El escritor Alberto Laiseca oficia de narrador (la película está basada en un cuento inédito suyo), especie de demiurgo y autoridad, que entre acotaciones, argucias, opiniones extremistas y punzantes, enuncia el estilo que moldeará el relato: las difuminaciones entre realidad y ficción, la fantasía que puede volverse real y el cinismo como tono.
El prólogo nos lleva a Marruecos en otra época, un hombre (Poncela) alcanzado, -contra toda ley-, por dos rayos recibe el don de la inmortalidad y jugará con él a su propio provecho y beneficio. Ya en la actualidad y en Olavarría se cruzará con Ernesto (Disi) un sesentón mediocre con una vida anodina y gris que verá en el pacto fáustico al que es convidado la posibilidad de revertir su presente y de paso resolver deudas pendientes. La transacción consiste en recibir un millón de dólares por regresar en el tiempo y volver a vivir diez años de la propia vida a elección del afortunado. Con los conocimientos de hoy y sin poder abandonar ni un minuto antes el plazo estipulado. Ernesto comprenderá que hay milagros que pueden ser una maldición.
La película se vuelca al humor negro, la ironía y el sarcasmo provocando la risa a partir de las situaciones absurdas o ridículas que los personajes transitan más llevados por sus propias faltas que por una mirada omnisciente que los juzga o los manipula al libre arbitrio de un guión ingenioso. A decir verdad el libre albedrío se pone en juego y nos expone las carencias que no queremos reconocer o advierte que los finales felices y las resoluciones emotivas suelen ser parte de un deseo no siempre al alcance o un remedo de un filme hollywoodense donde todo se soluciona ficticiamente. Nunca más alejado de la vida corriente, esa de todos los días. Y exponiendo un pensamiento sobre el argentino donde la condescendencia está completamente dejada de lado.
Corriéndose de los postulados políticamente correctos el guión ofrece despiadadas miradas sobre los hombres que sería exagerado considerar misantropía. Tampoco las comparaciones con los personajes salidos del mundo de los Coen resultan válidas. Que alguien no pueda con su vida y todo le salga mal, ¿es una cretinada omnipotente de los directores y guionistas o es una observación sobre actitudes humanas y la necesidad de reflexionar sobre ellas? Mostrar desde otra perspectiva, más ácida, menos edulcorada, las diferentes etapas de la vida ¿por qué debería ser menos lícito que los cuestionamientos tildados de serios y empeñosamente melodramáticos?
Además de una puesta sobria y de una mezcla buscada de géneros es de destacar el lucimiento de cada integrante del elenco y donde Emilio Disi ofrece una actuación completamente alejada de los estereotipos televisivos a los que nos tiene acostumbrados en un registro seco y poco afecto a la empatía segura y facilista.
La postura laisecana tiñe todo el filme y obviamente no es una actitud ni común ni apta para conciencias bienpensantes y mucho menos hipócritamente humanistas pero eso no debería negar la inteligencia de un guión que asume riesgos, que escapa a la risa fácil y que nos devuelve una imagen que evidentemente no queremos ver.