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Se llaman Mariano, Andrés y Gastón. Pero no los pensemos separados; para mí son un alquimista de tres cabezas que simplemente llamaría Cohn-Duprat. Sí, Cohn-Duprat, el alquimista que bajo una luz tétrica recibió el don de transformar el nihilismo en carcajada.
Cohn-Duprat. Percepción profunda y sencilla, porque las piruetas intelectuales o las roscas expositivas evidencian la incapacidad de interpretar el mundo. Pero Cohn-Duprat, sereno y furioso, desoculta lo obvio, eso asombrosamente obvio: ESTÁ TODO MAL. Una certeza tan graciosa como incuestionable.
Cohn-Duprat. Pesimista peligroso. Reconoce que cada hombre deambula envuelto en mitos roñosos hasta que se muere. Construcciones, rótulos, pavadas plastificadas; todo lo que sentimos está determinado por una estructura social. Y esta estructura es ridícula, así que los sentimientos también lo son. Vergüenza cósmica, algo irreparable, digno de extinción, eso somos.
Sin esperanzas reformistas, Cohn-Duprat imagina películas para resguardar su libertad de negarlo todo. Cohn-Duprat necesita corroer las convenciones como si se tratase del antídoto contra el suicidio. Desmitificar como frontera última, como punto inservible de llegada.
Si esto que digo genera interés, recomiendo ampliar con:
*Yo Presidente (2006): para entender que la política no sirve. Que el político de turno no tiene la culpa; su figura termina siendo una prótesis narcisista sobre la legislatura.
*El artista (2008): para entender que la institución del arte se rige por capricho y rencor. Que los artistas son caprichosos y rencorosos. Que todo es exitismo de galería, mamarracho canonizador y fraude habilitado.
*El hombre de al lado (2009): para entender que la arquitectura y el urbanismo contemporáneos, en lugar de habilitar y agilizar relaciones humanas, activan un egoísmo territorial que aniquila cualquier idea amable de vecino.
¿Por qué estas mini-reseñas? Para resaltar que Cohn-Duprat no practica la queja canchera. Sus películas no son negaciones simplistas. Cohn-Duprat usa la clarividencia macabra para disparar reflexiones sobre ámbitos y problemáticas concretas y nunca, ni por un segundo, pierde su coherencia estética y narrativa.
Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo es la culminación más gloriosa de esta percepción del mundo. Quizá por ser la película más severa, implacable, malvada y graciosa. Cinismo multiplicado al infinito. ¿Pero qué es exactamente esta película con Emilio Disi y Darío Lopilato? En mi opinión, la prueba de que acumular experiencia no trae sabiduría, ni en los individuos ni en la sociedad. Cometeríamos eternamente los mismo errores. O errores peores, mucho peores.
La metáfora social hace que la película sea histórica en dos sentidos: al repasar la Argentina desde Perón hasta la actualidad y al replantear la gramática del cine argentino.
Porque no es una película popular y menos independiente. Su intrepidez la hace incomprensible para el público masivo y detestable para el público especializado. Inclasificable como Historias Extraordinarias, pero con un humor tan deshumanizado que a uno podría darle una aneurisma en medio de la proyección.
Sucede que Cohn-Duprat te invita a la risa diabólica. Es una risa puesta ahí para tomar la decisión angustiosa de aceptarla o no. Uno reirá sólo si se considera capacitado. Pero no capacitado como un erudito; para reír con estas películas hay que sentir la suprema imbecilidad de la vida, creer en el pesimismo hasta hacerlo parte del sistema inmunológico.
Si se cumplen estos requisitos, bienvenidos al mundo retorcido de Cohn-Duprat.
Sean felices y hasta luego.