El poder de los mediocres
No hay aspecto más nefasto para la humanidad que un hombre mediocre con poder y lejos de tratarse de una fábula con moraleja simplista esa parece ser la sombría historia que envuelve el universo de este nuevo film de Mariano Cohn y Gastón Duprat: una suerte de relectura particular sobre el mito de Fausto pero a la Argentina, con referencias históricas contemporáneas y una mirada ascética -aunque crítica- sobre la idiosincrasia vernácula y en un segundo plano sobre la condición humana en su conjunto.
Basada en un cuento inédito del escritor Alberto Laiseca, coguionista junto a los realizadores y aquí también narrador omnisciente del relato protagonizado tanto por Emilio Disi y Darío Lopilato (interpreta al personaje de Disi en sus etapas de juventud), la historia cruza en el camino a dos hombres mediocres, un español y un argentino, que por caprichos del azar se vuelven poderosos frente al resto de los mortales sin saber demasiado bien qué hacer con ese don.
Ese es el caso del personaje encarnado por el español Eusebio Poncela, quien gracias a un rayo recibido en Marruecos se vuelve inmortal y a partir de ese momento se transforma en un demiurgo errante que viaja desde hace siglos en busca de víctimas proponiéndoles un pacto perverso simplemente por el hecho de divertirse un rato con sus miserias. Así las cosas, la Argentina actual es el lugar ideal para reconocer en cada esquina un candidato y a quien le toca formar parte del juego es nada menos que a Ernesto (Emilio Disi), un gris vendedor inmobiliario, casado infelizmente con una peluquera patética y cuya vida es un excelente pretexto para querer suicidarse en cualquier momento.
Anclado en la ciudad de Olavarría, Ernesto no tiene el coraje de dejar todo y barajar de nuevo porque el tiempo le ganó la partida hace rato. Por eso acepta la propuesta del desconocido gallego sin pensarlo dos veces: deberá elegir una década de su vida pasada y volverla a vivir minuto a minuto con el agregado de la experiencia adquirida durante los años, sin envejecer, pero tampoco sin estar sujeto a las paradojas temporales que cambiarían el decurso de la historia. Transcurridos esos 10 años -que en el tiempo real son 5 minutos (ese es el lapso que dura el trayecto de ir a comprar cigarrillos y volver)- Ernesto recibirá un millón de dólares y seguirá viviendo el presente hasta el día de su muerte.
Oferta salvadora para la fuga del aquí y ahora de Ernesto que se convierte inmediatamente en condena apenas comienza la aventura. Primero buscará reparar errores del pasado pero fracasará estrepitosamente concluyendo que es hora de convertirse en alguien famoso teniendo la ventaja de contar con el poder de la información sobre lo que va a ocurrir como por ejemplo inventar el reality show "Gran hermano" pero en un canal de Olavarría antes del furor de los reality show. Algo así como un Sísifo con su piedra a cuestas escalando la montaña pero sabiendo de antemano que no hay cima ni chance de retroceder.
Bajo esa premisa que roza ideas metafísicas como la irreversibilidad del tiempo, el libre albedrio y hasta la puesta en práctica de la famosa alegoría de la caverna de Platón (aquel hombre alejado de la caverna que regresa para comunicarles a sus pares encadenados que los reflejos de la pared son sombras del mundo exterior como el Ernesto joven que vaticina el futuro y es tildado de loco) más la impotencia que nos hace esclavos de nuestros propios deseos y limitaciones, el relato se transporta a diferentes etapas de la existencia de Ernesto -desde el 2011 hacia los primeros años de su vida- con la trampa de la experiencia que no le permite al protagonista aprender nada nuevo de aquello que ya vivió, agregando la maléfica cláusula de no poder alterar ni siquiera un día.
Ese revivir del pasado se vuelve atroz para Ernesto. La mirada crítica y reflexiva de Alberto Laiseca transforma al escritor en lo que podría denominarse entonces un gran imaginador con potestad de hacer lo que quiere con su historia y sus personajes. Este aspecto anárquico atraviesa todo el universo del film donde los realizadores se encargan de orquestar el espacio para el falso libre albedrío de sus criaturas, dejando el resquicio del humor siempre abierto; del absurdo en algunas oportunidades y de la incerteza en muchas otras.
Así, texto y subtexto se yuxtaponen en una dialéctica propia que tiende a morderse la cola como ese relato que pretende reflexionar sobre sí mismo a medida que avanza.
Las tribulaciones de Ernesto no son otras que las de un conflicto existencial de un hombre sencillo a quien la vida lo pasó por encima y a quien el país defraudó cada vez que creyó en un futuro mejor, pero que pese a su experiencia de vida trastabilló siempre con la misma piedra.
Si El artista exponía crudamente la reflexión sobre la subjetividad de aquel que crea; El hombre de al lado lanzaba sus dardos envenenados sobre el prejuicio de clase, puede conjeturarse a partir de Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo que para los realizadores la propia historia es la que nos determina tanto desde el punto de vista del contexto como de la biografía individual de la que es imposible fugarse y evadirse, pese a que la realidad parezca reflejar lo contrario como las sombras de la caverna de Platón.