Quisiera ser grande, quisiera ser chico...
Con tono fantástico y escepticismo.
Tras dos títulos que, cada uno por su lado, causaron entre sorpresa y apalusos, Gastón Duprat y Mariano Cohn retomaron el tema de lo inesperado y la ambiguëdad que tiñe toda relación, o de cómo alguien puede parecer algo, y ser otro. Pasaba en El artista , con un enfermero que se hacía pasar por artista plástico, y en El hombre de al lado , donde el personaje de Rafael Spregelburd desnudaba una cara muy distinta de la que quería mostrar a los demás.
En Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo el protagonista es, cabría decir, otro hombre angustiado, que, abatido, encuentra aquí una aparente salida en el ofrecimiento de un extraño personaje que se le cruza en un bar en Olavarría, “el culo del mundo” (la película debe ser, junto a Juan Moreira , la que mayor cantidad de palabrotas registra por minuto). Es el personaje de Eusebio Poncela, a quien no le cayó un relámpago, sino dos: uno lo mató, y el otro lo revivió y dio superpoderes, en medio del desierto. Lo ha vuelto inmortal (aunque se encarguen de decir que “el mal no muere, se traslada”), y vaya a saber uno por qué, aterrizó allí, en Olavarría, escuchó los pensamientos de los parroquianos y eligió a Ernesto para ofrecerle un millón de dólares si acepta volver a tener el cuerpo más joven, pero con la mentalidad “de ahora mismo”.
O sea: en vez de Quisera ser grande , un Quisiera ser chico ...
Así, Ernesto le dice a su mujer, que lo aguanta (y la aguanta) desde hace 43 años que va a comprar cigarrillos, y vuelve, pero en verdad elige distintos momentos de su vida para cambiar o reacomodar las cosas. Cuando le va mal con su madre en un geriátrico, se aviva y decide plagiar en el pasado algún éxito musical: total, nadie debería darse cuenta...
La dupla de directores se ha vuelto mucho más escéptica, con cierto tono a lo hermanos Coen. Por momentos paracen reírse con sus patéticos personajes, pero por otros cuestionarlos y hasta denostarlos. Mucho más jugados que en sus anteriores filmes, Cohn y Duprat siguen siendo de lo más originales -mal que le pese a algunos-: al menos tienen ideas para llevar al papel y luego a la pantalla.
Y su recurrente apuesta en el casting de sus filmes les sigue dando buenos resultados. Porque si Poncela sigue siendo Poncela, Disi y Lopilato están en un registro completamente distinto a su habitual televisivo.