Cohn y Duprat son una dupla que ya tiene peso en el cine argentino, con su quinta realización conjunta. Su tercera película, El artista (2008) y la que le siguió, El hombre de al lado (2009) nos hablaban ambas, cada una desde su historia, del hombre medio argentino y cómo lidia con una cierta cantidad de poder en sus manos.
Aquí esta idea recurrente está llevada a los límites. Por un lado, en el nivel de la historia, Eusebio Poncela interpreta a un hombre inmortal que tiene poderes divinos como alterar el tiempo y el espacio. Aburrido de vagar por la tierra le ofrece un trato a un mediocre inmobiliario (Emilio Disi) para volver a cualquier momento de su vida y revivir 10 años de juventud (y allí es donde entra Darío Lopilato como el joven Disi).
Pero también desde el nivel del relato, de la construcción de la narración, aparece la figura de Laiseca, en el papel de Autor. La historia es narrada por él, e irrumpe para hacer acotaciones, exégesis y psicoanálisis. Ejerce su poder como figura de autoridad, como una suerte de Padre Todopoderoso para sus creaciones literarias.
Cohn y Duprat no se guardan nada en esta nueva incursión cinematográfica: es, quizás, la película más explícita, en relación a las anteriores. Aquí se hace más evidente su visión pesimista de la vida, su falta de fe en el hombre medio, por su cobardía y escamoteo. La mirada política y politizada de la sociedad argentina se hace más notoria. Es el existencialismo sartriano de El mito de Sísifo llevado a la pantalla argentina. Como en sus films anteriores el tema del Poder viene asociado a la Locura, casi como si se tratase de un daño colateral.
Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo es una película para ver más de una vez, porque toma tiempo acostumbrarse a un humor tan ácido y corrosivo, a una autocrítica tan feroz, donde el “ser” nacional es el culpar a otros por nuestras desgracias en vez de realizar un acto de conciencia.