Hijo y nieto de judíos persas.
Promocionada como la primera película producida en Israel hablada en idioma farsí (lo cual es cierto, al menos en parte), la ópera prima de Yuval Delshad tiene apariencia de catarsis personal: como su protagonista, el director del film es hijo y nieto de judíos persas instalados en un asentamiento comunitario del interior israelí, aunque la información de prensa no aclara si también supo asistir a su padre en una granja dedicada a la crianza de pavos. Esa es, de todas formas, la vida de Moti, un chico de unos doce o trece años nacido y criado en el lugar: las mañanas en la escuela y las tardes en la granja, vigilado en ambos contextos por las miradas atentas de un riguroso maestro y un aún más severo papá. Se habla de un cassette VHS llegado de la madre patria, Irán, y no hay teléfonos celulares ni computadoras a la vista, por lo que esos años 80 a los que se llega por deducción sólo le permiten a Moti escapes físicos de la pequeña “cárcel” construida a su alrededor: jugar con los vecinos más cercanos y construir con materiales de desecho un karting frankensteniano que funciona de maravillas.
Que el joven es inteligente e ingenioso, en particular con todo aquello que funcione mecánicamente, queda claro en la primera escena, cuando ayuda exitosamente al padre a llegar a la granja con su camioneta algo destartalada. Pero al hombre sólo le importan los pavos, pesada herencia de su propio padre –aún vivo y jefe espiritual del clan– que terminó haciéndose carne en su cuerpo y alma. La lucha entre aquello que llega por la vía sanguínea –los orígenes y su cultura, a pesar de la hibridación dada por el exilio– y el deseo de romper con la tradición descansa en el corazón de Querido papá, título en parte irónico, en parte literal, que pone en tensión ese eterno tema que se replica aquí y allá, tanto ayer como ahora, más allá de las particularidades de cada caso. La llegada del tío de Moti, exitoso fabricante de joyas en los Estados Unidos y el hermano que logró romper esas cadenas familiares, desnuda incluso más ese enfrentamiento, transformándose –junto a la compresiva madre del chico– en su único aliado.
Delshad dispone los elementos dramáticos de manera directa y diáfana, como si temiera la incomprensión de la universalidad de su historia, y encuentra en los pasajes más descriptivos –y menos atados a la evolución de la trama– los valores más atractivos y potentes de un film esencialmente honesto. La falta de ambiciones narrativas le juega algo en contra y Querido papá se empantana a mitad de camino en una repetición de temas y tonos, dejando sobradamente en claro la escalada del choque padre-hijo, pero al mismo tiempo exprime al máximo el registro de ese ámbito que resulta desconocido para la mayoría de los espectadores. El final es genuinamente conmovedor y expone una vez más la posibilidad del amor por un hijo rebelado ante los dictados paternos. Esas mismas exigencias que poco tiempo atrás, en la más tierna infancia, solían verse como única configuración del cosmos y que ahora son resentidas y expulsadas con la fuerza de los años de juventud que se avecinan.