Ojo con el padre que da consejos
Una historia familiar con personajes bien construidos, en el atractivo paisaje del desierto israelí.
Las, en apariencia, irreconciliables diferencias entre Israel e Irán quedan borroneadas por un rato gracias al cine: Querido papá es la primera película israelí hablada íntegramente en persa o farsi, el idioma oficial iraní. Pero la opera prima de ficción de Yuval Delshad no tiene ribetes políticos: es la historia, con tintes autobiográficos, de una familia de inmigrantes iraníes en Israel -como la del director, también nacido en Irán- que se dedica a la crianza de pavos en una granja en el desértico sur del país.
El título suena a ironía o amor estoico, porque lo que se narra es la conflictiva relación entre un padre y su único hijo: el hombre quiere que el chico, que ya está entrando en la pubertad, herede el oficio de criador de pavos, así como él lo aprendió de su padre. El problema es que el chico, dueño de una inteligencia y habilidad manual notables, se niega a continuar con el legado familiar. Las fuerzas en pugna son el patriarcado y el libre albedrío, la tradición y el futuro.
El choque resulta más dramático por el paisaje en el que se desenvuelve la historia: la granja está en medio del desierto, rodeada por polvo y arena, y más allá no parece haber nada. El chico está ahogado entre instituciones: al patriarcado se suman la escuela y la religión, y ninguna ofrece una vía de escape al forzoso mandato paterno; más bien al contrario, suman hostilidad hacia las ansias de libertad.
Los personajes, y las relaciones entre ellos, están bien construidos: además del padre (Navid Negahban, conocido internacionalmente por haber interpretado al líder de Al Qaeda en la serie Homeland) y el hijo, está el abuelo -autoridad en las sombras-, la madre -una mediadora infructuosa- y el infaltable tío piola, aliado y ejemplo a seguir.
El gran obstáculo con el que se topa la película -fue enviada por Israel a competir como mejor película extranjera en los últimos Oscar, pero no quedó nominada- es que presenta una dicotomía con escasos matices, algo que siempre resta interés a las historias. Aquí hay claramente un autoritario y una víctima de esa autoridad, de modo que es muy difícil identificarse con la posición del padre o, por lo menos, entenderla, mientras que es inevitable ponerse del lado del chico, sin dudas la víctima.