La historia del hombre adinerado, poderoso y con el corazón roto que se enamora de su luminosa, vital y soñadora empleada doméstica es de las más trajinadas en las pantallas chicas latinoamericanas, con su larga tradición de novelas y culebrones realizados desde México hasta la Argentina. Sobre una matriz similar, pero en la lejana y exótica India, está hecha Querido señor.
La película de Rohena Gera se nutre, por un lado, del infranqueable sistema de castas y clases sociales que rige aquel país asiático y que conforma una brecha de desigualdad mucho mayor a la de esta región. Por otro, del ideario telenovelesco toma su fábula romántica imposible entre dos protagonistas bien contrastados.
El hombre se llama Ashwin y tiene una cuenta bancaria abultadísima y un reciente fracaso amoroso a cuestas, con plantón a metros del altar incluido. En su casa trabaja como empleada Ratna, que enviudó joven y vive lejos pero mantiene un carácter jovial y optimista, al tiempo que sueña con incursionar en el diseño textil. Son, en fin, dos seres solitarios que buscarán en el otro todo el afecto que les falta.
Desde ya que los méritos de Querido señor no hay que buscarlos en su originalidad o en los matices emocionales de sus protagonistas, dos personajes cortados con una tijera usada. La directora Gera sabe que tiene entre manos un material peligroso y harto conocido, y resuelve el problema a través de una narración elegante y fluida, lanzándose de cabeza a la emocionalidad de un romanticismo cuyas coordenadas pueden sonar algo perimidas, pero mantienen la eficacia de siempre.