CULEBRÓN CULPOSO
La producción del cine indio es inmensa y acá prácticamente no llega nada. Por eso no deja de ser una buena noticia que se estrene un film como Querido señor, aunque se perciba en su construcción un tufillo a internacionalismo casi exótico. Es algo ya típico de las coproducciones hechas para desfilar por los circuitos festivaleros y de cine “arte” o “qualité”: allí prevalece la intención de “mostrar” las problemáticas de un país a los que no lo conocen, funcionando con fines casi informativos. Así, los géneros suelen quedar subordinados al mensaje, sin una potencia narrativa real.
En el caso de Querido señor, lo que tenemos es una historia típica de un culebrón, centrada en una mujer, Ratna, que trabaja como empleada doméstica de Ashwin, un joven que pertenece a una familia adinerada. Ella prácticamente huyó de su pueblo de origen luego de quedar viuda muy joven, para así poder cumplir con su sueño de ser una diseñadora de modas. Él viene de cancelar su boda, vivió en algún momento en Estados Unidos y ha retornado para hacerse cargo del negocio familiar. Ambos irán progresivamente encontrando conexiones que los unirán afectivamente hasta decantar en un tímido romance, donde las barreras sociales son el principal obstáculo. Es decir, todos los estereotipos sobre los problemáticos vínculos entre ricos y pobres, agrupados en poco más de una hora y media.
Y no está mal eso, al contrario, porque lo cierto es que las telenovelas han sido estructuras genéricas que han funcionado muy bien como reflejo de las tensiones de clases y sus componentes sociales, económicos, afectivos y hasta políticos. Pero la película de Rohena Gera solo parece tener claro esto a medias, como si tuviera algo de culpa por plantear una lectura sociológica sobre las jerarquías y estamentos de la India en clave de folletín. De ahí que haya tensiones no resueltas entre el diseño de los personajes, sus conflictos y hasta los diálogos –que transitan casi todos los esquematismos posibles- y una puesta en escena marcada por la frialdad y un ritmo definitivamente parsimonioso.
Es cierto que el tono elegido por la realizadora pretende ensamblarse con un contexto social determinado –las emociones en la India no se expresan de la misma forma que, por ejemplo, en Latinoamérica- y con dos protagonistas a los que les cuesta aceptar sus propios dilemas internos. Pero eso conduce a una evidente falta de pasión en la película, que casi nunca llega a emocionar realmente. Más allá de presentar un entramado romántico, que se retroalimenta con cuestiones íntimas, familiares y sociales, Querido señor no llega a explotar sus conflictos a fondo. O más bien, se queda con los mensajes obvios y biempensantes, sin llegar a darles entidad a sus personajes. De ahí que sea un film demasiado pequeño, sin fuerza, donde el paisaje urbano no pasa de ser un telón de fondo visual para un relato que está lejos del potencial que insinuaba.