En este olvidable largometraje el gran culpable es el guión, seguido por la dirección de Lawrence Sher y las limitadas actuaciones.
La ópera prima de Lawrence Sher (conocido por sus trabajos como director de fotografía en films como “¿Qué pasó ayer?”) es un constante intento fallido de comedia. Cuenta la vida de los mellizos Kyle y Peter Raynolds (Owen Wilson y Ed Helms). Ellos descubren que la madre (Glenn Close) les mintió con respecto a la identidad de su padre y salen en búsqueda de la verdad.
Es una road movie donde recorrerán diferentes ciudades de Estados Unidos incansablemente para lograr el objetivo. El largometraje falla desde el minuto uno, con un humor poco inteligente y giros narrativos que nada le aportan a la causa. La premisa es ilógica, una madre que le miente a sus hijos hasta que en la adultez Peter descubre -mirando una película- que quien pensaba que era su padre en realidad era un actor. Los hermanos ante semejante imprevisto piden explicaciones y los mandan a buscar a su supuesto padre.
El problema de encontrar a su progenitor no es más que una excusa para el reencuentro de hermanos separados por diferentes decisiones de vida. Mientras Kyle es una persona espiritual y sexualmente libre, Peter es un reprimido en todos los aspectos de la vida, por intentar actuar responsablemente responde según lo que el mandato social le indica.
Ambos personajes están sumamente interesados en sus situaciones económicas pero sin ningún sentido, ya que ambos son adinerados. Kyle recibe constantes regalías por aparecer -como modelo- en una botella, y Peter es médico. De una forma muy extraña, el mensaje termina siendo cuán importante es el éxito profesional o económico, algo que no tuvo ninguna importancia a lo largo de la película.
Está totalmente desaprovechada esta dupla actoral. Tanto Owen Wilson (Zoolander) como Ed Helms (The Office) han demostrado ser grandes comediantes; pero una mala dirección con un pésimo guión los deja en constante ridículo. Actuaciones acartonadas sin frescura ni gracia.
También es fallido el intento emotivo de la narración. El guión no logra una empatía real con los protagonistas, lo cual no importa demasiado qué le pasa a ellos, ya sea bueno o malo. No hay un entrelazamiento espectador-personajes. En este olvidable largometraje el gran culpable es el guión, seguido por la dirección de Lawrence Sher y las limitadas actuaciones.