En sus primeros minutos, ¿Quién mató a los Puppets? amaga con tomar un camino interesante: en los barrios de Los Ángeles, los muñecos llamados puppets son discriminados y agredidos por los humanos. La película muestra una ciudad intolerante con los peluches, y un nuevo caso de muerte de uno de ellos llega a la oficina del expolicía y ahora detective privado Phil Philips, la marioneta azul que será la protagonista principal.
Pero esos primeros minutos de sátira social, de noir sucio y criminal, se desvanecen muy pronto y todo se convierte en un pastiche plano y carente de ideas. Lo que podría haber sido una efectiva metáfora de la violencia contra las minorías, es sólo una insignificante comedia que se cree irreverente y provocativa.
Quien secunda al muñeco Phil en la investigación de los asesinatos de los títeres es Melissa McCarthy en el papel de la detective Connie Edwards. McCarthy hace todo lo posible por ser graciosa y nunca termina de encajar: se la nota incómoda, sobreactuada, por momentos sin timing, desorientada, casi como si no supiera qué hacer para remontar lo irremontable. Hasta un niño de primaria se aburriría con las cosas que le hacen hacer a la consagrada actriz.
¿Quién mató a los Puppets? posa de retorcida y es tan correcta, anodina y conservadora como cualquier producto infantil de Disney. Lo más osado que puede hacer su director, uno de los hijos de Jim Henson, creador de los Muppets, es ordeñar una vaca como si se la estuviera masturbando, mientras despide a chorro sus fluidos.
La película intenta ser una buddy cop (ese subgénero en el que sus dos protagonistas deben trabajar juntos para resolver un crimen, al tiempo que entablan una amistad) pornográfica y sórdida, y mostrar el mundo marginal en el que se mueven los personajes. Pero resulta ser un filme chato, mecánico, predecible, que copia y pega planos de otras películas (el más reconocible es el cruce de piernas de la muñeca rubia recordando al personaje de Sharon Stone en Bajos instintos).
Los supuestos chistes escatológicos y escandalosos en realidad son gags inofensivos como pompas de jabón. Y la poca gracia de las escenas se debe a que están protagonizadas por los simpáticos muñecos, que siempre ridiculizan todo lo que los rodea. ¿Quién mató a los Puppets? es un producto anodino e intrascendente, hecho por una fábrica que cada vez desprecia más el cine.