Lo que puede hacerse en honor a un padre tiene aristas inimaginables.
Brian Henson es uno de los cinco hijos que tuvo el genial Jim Henson. Uno no es espiritista, pero el creador de los Muppets, en TV, y director de producciones fabulosamente fantásticas o fantásticamente fabulosas como El cristal encantadoo Laberinto no debería estar muy a gusto con lo que ha pergeñado su hijo.
O, más que pergeñar o esbozar, con el resultado final de ¿Quién mató a los Puppets?
No es porque tome en farsa a los Muppets, porque ninguno de los muñecos que aparecen aquí intervinieron en Los Muppets. Tampoco por la desfachatez, el humor grueso o las cuestiones explícitamente sexuales que tiene esta película. No.
Lo que ocurre aquí es que se desaprovecha el universo que se puede crear combinando en una historia a muñecos y humanos en una historia para adultos, sí, pero que apela más a la guarangada y al mal gusto que a otra cosa.
Cuando los muñecos que participaron de un exitoso programa de TV infantil comienzan a ser asesinados, un muñeco que tuvo relación con ellos y que dejo de ser policía para convertirse en detective privado comienza a involucrarse en la investigación. La policía Connie Edwards (Melissa McCarthy, que de Damas en guerra a esta parte no hace más que repetirse en las comedias hollywoodenses), que había sido su compañera, también está a cargo del asunto.
Lo dicho: el humor es burdo y grosero, sexista y a veces escatológico. Si los personajes en vez de ser títeres fueran humanos tampoco habría demasiada diferencia, ya que la película también se pierde abordar de alguna manera la diversidad.
En síntesis, una hora y media con chistes que tienen remates prehistóricos y vueltas de tuerca que no hacen más que retorcer la historia.