Los Anti-Muppets
En el arranque de ¿Quién mató a Los Puppets? (The Happytime Murders, 2018), de Brian Henson (Los Muppets en la isla del tesoro) se plantea el universo del film, uno en el que personas y puppets conviven en “armonía” pero con un sentido diferente sobre aquello que cada uno considera del otro.
Para una persona el puppet debe mantener cierta coherencia y lógica, respondiendo a su propia materialidad de títere de felpa, cuando en realidad se presentan como seres viciados, corrosivos, alcohólicos, y detestables.
En ¿Quién mató a Los Puppets? la otrora dupla de excelencia policial Phill (el muñeco) y Connie (Melissa McCarthy) deberán una vez más trabajar en conjunto muy a pesar suyo, para resolver la misteriosa muerte de los protagonistas de una sitcom, en su mayoría títeres. Presentados con trazos gruesos y con las peores características del mundo del orden y la ley, el relato los seguirá en su diaria convivencia y en la búsqueda del culpable de la muerte del elenco televisivo, incluyendo al hermano de Phill.
Mientras intentan desentrañar quién está detrás de los asesinatos, la propuesta construirá un verosímil en el que los muñecos tienen sexo, se corrompen fácilmente por dinero y drogas, e intentan salir adelante escondidos en oscuros y lúgubres callejones, nada alejado de aquello que también las calles de la ciudad vive con los seres humanos. Todo es presentado con diálogos filosos y con escenas dinámicas que priorizan el humor negro y soez sobre la bondad característica de los puppets o títeres.
Así, alejándose de la corrección política con la que anteriormente dirigió películas de la franquicia creada por su padre, Brian Henson se inscribe en la larga lista de realizadores que respetan a rajatabla los cánones de la nueva comedia americana, y particularmente, de un subgénero que tiene al sexo y la escatología como vector narrativo sin importar transgredir y arrasar con sus cimientos.
Si hace algunos años La fiesta de las salchichas (Sausage Party, 2016) intentaba capitalizar, sin buen resultado, un público adulto para un producto realizado con animación digital y que buceaba en el “mientras las personas no están” de un mercado (puntapié inicial de Toy Story pero con juguetes y en una casa), en esta oportunidad Henson logra traspasar la barrera de género con ingredientes que potencian su mensaje con insultos, desnudos, y todo aquello que compone el submundo de los excluidos y la marginalidad.
Sexo, drogas, humor negro, escatología por doquier, son los principales motivos de un relato que transita la comedia y el policial por partes iguales, algo que ya había hecho ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, 1988) dentro del cine industrial, pero que en esta oportunidad intenta superar cualquier encasillamiento o mote que se le quiera poner con escenas arriesgadas y explícitas.
Acompañan a los muñecos y Melissa McCarthy un elenco secundario con figuras como Maya Rudolph, Elizabeth Banks y Joel McHale, entre otros, quienes potencian el humor y la acidez de los diálogos, entregándose con todo a una propuesta distinta, repulsiva, entretenida, que no desea ser condescendiente con el espectador y mucho menos caerle en gracia, al contrario, intenta con su sucesión de sketchs y gags sacarlo de la zona de confort de las clásicas comedias actuales para llevarlo a un nuevo universo de lujuria y felpa.