Identificación de un homicidio
La pregunta del título se responde en la película con los nombres que ya sabíamos: Pedraza como responsable instigador. Le siguen el delegado Díaz, el barrabrava Favele, etc. Es decir, los que están siendo juzgados en este mismo momento. La película no ofrece novedades en ese sentido, pero contribuye a desentrañar para el espectador la madeja de complicidades entre el Estado nacional, el capital privado de los ferrocarriles y la cúpula sindical. Pero además ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? corre un riesgo grande, la clase de gesto de audacia que no habría que desestimar así nomás a la hora de poner en valor cualquier película. Las películas suelen ser buenas o malas. Las películas audaces pertenecen a una categoría diferente pero que inclina la balanza hacia el lado bueno. Lo mejor de ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? es precisamente su carácter singular. La película se despliega en capas de registro diferenciadas que operan unas sobre otras: ficción pura, documental, y una modalidad intermedia, que en realidad también es ficción, en la que las escaramuzas en las que fue asesinado Ferreyra son reconstruidas y actuadas para la cámara por sus propios compañeros, protagonistas y testigos directos de los hechos narrados.
La película cruza esas tres instancias todo el tiempo, va de una a la otra con un manejo bastante habilidoso y fluido, pero la parte de ficción propiamente dicha parece encapsular providencialmente a las otras. Esta parte resulta la más problemática, y quizá por ello la más rica: Martín Caparrós interpreta a un periodista que trabaja en el caso y es a su vez un alter de Diego Rojas, autor del libro en el que está basada la película. Si las entrevistas que se ven son buenas pero algo rutinarias, si la reconstrucción del asesinato es ajustada pero produce una especie de fascinación que se traduce en una cierta frialdad, quizá como tributo necesario que se desprende del hecho de que no podemos dejar de pensar que esos tipos están ahora actuando lo que antes vivieron, la historia de Caparrós como personaje de una película resulta por momentos de una calidez y de una gracia extraordinarias. Caparrós, el personaje, está tratando de dejar de fumar y por eso tiene todo el tiempo un cigarrillo apagado en la mano. Ese solo detalle lo define como un personaje cinematográfico de pleno derecho. Su jefe en la redacción de la revista en la que trabaja en un artículo sobre el caso lo hostiga sin pausa por teléfono. Caparrós atiende: “Qué hacés petiso. ¿Dónde carajo estás?” “Estoy en todas partes. Te acabo de ver entrar”, dice el jefe, al que nunca le vemos la cara, en la voz reconocible de Enrique Piñeyro. Hay varias escenas graciosas de ese tipo y otras auténticamente emotivas, como aquella en la que la hija del periodista llora en silencio mientras lee un adelanto del libro en preparación.
Caparrós se revela como un actor más que competente y la película adquiere un relieve distinto, que excede de pronto el valor testimonial, para constituirse en una rareza, un interrogante que respira. El final, dentro de la ficción, donde se muestra que los acusados llegan por fin a juicio está jugado en un tono celebratorio: la película parece querer cerrarse sobre sí misma otorgándose un momento de alivio. Pero ese final reparador está dentro de la parte ficcional, con el personaje de Caparrós prendiendo por fin el cigarrillo y dando una pitada. “¿Vos no habías dejado de fumar?”, pregunta la hija. “Había”, dice Caparrós sonriendo. Si ese momento es una evidente construcción dramática del cine, ¿debemos creer que lo demás, el resto de lo que aparentemente se sugiere allí – que con el juicio a Pedraza y sus muchachos se termina, por ejemplo, la precarización de los trabajadores ferroviarios – no lo es? En realidad ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? no aclara el punto, y su intención parece ser estrictamente la de acompañar el proceso de investigación y juicio de los responsables del crimen. Las películas más interesantes se encargan también de revelar sus límites.