Esta frase suena de por más trillada y obvia, suele utilizarse para actos de la realidad que superan ampliamente la imaginación o inventiva de cualquier ficción. En el caso del documental ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? Esta frase vuelve a quedar adecuada, pero quizá desde otra perspectiva, que abarca también al ejemplo anterior.
Basado en un libro de investigación de Diego Rojas (con el cual comparten nombre), ¿Quién mató a Mariano Ferreyra hace una elección arriesgada desde lo narrativo, no estamos frente a un documental tradicional, menos al típico “de denuncia y testimonio” – aunque algo de eso hay – con cabezas parlantes y material periodístico de archivo; es lo que llamaríamos docu-ficción, una ficción creada a los fines de meternos en el relato.
Esta técnica, probada ya repetidas veces, a veces logra buenos resultados (recientemente en Gricel o parcialmente en el logrado Beirut-Buenos Aires-Beirut), y a veces no.
El protagonista es Andrés Oviedo (Martín Caparros) un periodista al que le encargan una serie de notas sobre la muerte del militante del Partido Obrero. El realiza una investigación profunda, se compromete, pero al entregar las notas son rechazadas por el editor de la revista por ser demasiado crudas, reveladoras, al fin de cuentas, comprometidas. Entonces, Oviedo va por más y decide seguir investigando hasta las últimas consecuencias y escribir un libro sobre lo conseguido.
Entonces, tenemos dos puntos paralelos, la historia de Ferreyra, asesinado el 20 de octubre de 2010 en medio de una protesta por trabajo tercierizado en el Roca presuntamente a manos de patotas de la Unión Ferroviaria comandadas por su líder Pedraza; y la historia de este periodista que en medio de las entrevistas a familiares, amigos, y allegados a Ferreyra se nos muestra en una suerte de vida cotidiana, en su trabajo en la redacción, en su hondo pesar por lo escuchado – con voz en off de Caparrós –, en la relación con su hija que lo ayudará en su cometido, y también en un intento por dejar de fumar (que se le complica por los nervios del momento).
Separados en tantos, la parte documental es interesante y consigue testimonios crudos, reveladores (aunque mucho ya se halla escuchado por televisión), y también emotivos, podríamos hablar de un trabajo correcto y digno de ser apreciado; pero lo ficcional que, siendo justos es funcional al resto, le quita peso al testimonio no parece agregar mucho más que algo anecdótico. Sí, ayuda para ver cierto entramado en los medios (la voz del redactor es la de Enrique Pineyro, otro “documentalista” al que le gusta ser el centro de la escena utilizando algo de ficcionalización), y para reconocer la ardua labor del día a día en la profesión del periodista de investigación, pero también distrae de lo principal, de Mariano Ferreyra, o es que lo principal en verdad es hablar del periodismo frente a un caso resonante, de ser así le faltaría ahondar más en algunas cuestiones.
Técnicamente, el trabajo de los directores Julián Morcillo y Alejandro Rath es correcto y hasta meritorio desde la fotografía y el ángulo de muchos testimonios; pero otra vez, una ultima ficcionalización, la del momento de la muerte de Mariano Ferreyra parece más sacada de un film de acción a puro vertigo de cámara en mano que el de un documental de testimonios.
Quedan las palabras de los que conocieron a Ferreyra, los que hablan de la intimidad y la militancia, ahí es donde el foco crea un clima interesante, y en donde lo único que importa es la verdad y la búsqueda de justicia que esperemos en estos días se consiga