Según informe de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional, durante los primeros 15 años de este siglo hubo 70 casos de personas “desaparecidas”. Entre ellas, el adolescente Luciano Arruga, que no militaba en ningún movimiento político ni era soldado de los narcos. Pero un oficial de policía lo miró torcido, se obsesionó con él e inició su calvario. La familia lo vio detenido en una unidad de Lomas del Mirador, Partido de La Matanza, el 31 de enero de 2009. Después, silencio. Lo buscaron 5 años y 9 meses hasta que alguien logró identificarlo entre los N.N. en el cementerio municipal. Había sido atropellado esa misma noche en la General Paz “en circunstancias confusas”, como se dice habitualmente. El informe también era confuso.
Casos semejantes han de haber varios. ¿Por qué ha trascendido éste en particular? Porque su hermana nunca bajó los brazos, soportó el desdén de las vecinas del destacamento y las amenazas de “la Bonaerense”, discutió con la burocracia policial, judicial y política, reclamó (inútilmente) ver al gobernador, convirtió en ícono, como se dice ahora, el rostro del muchachito desaparecido, llegó hasta el Comité de la ONU por el Derecho de los Niños, en Ginebra, Suiza, y tuvo el apoyo de mucha gente amiga, y de personalidades como Pérez Esquivel y Nora Cortiñas.
El documental de Ana Fraile y Lucas Scavino que ahora vemos -hecho sin sentimentalismos ni bajadas de línea- muestra esa lucha, registra el movimiento nocturno en la General Paz a la altura de la bajada de Emilio Castro, donde fue el “accidente”, también la demolición del destacamento, hoy convertido en centro cultural, y el demorado comienzo del juicio al oficial a cargo y sus asistentes. También registra cómo quedó quemado el auto de la hermana, al otro día de iniciarse el juicio. Es bueno que esto se difunda.