La comedia americana es un arte sutil incluso si los chistes no lo son. Nada es más difícil que hacer reír, especialmente porque no todos nos reímos de las mismas cosas. Del realizador Rawson Marshall Thurber, los afortunados conocimos una comedia deportiva llamada Pelotas en juego, donde Vince Vaughn y Ben Stiller se enfrentaban en un super campeonato de quemado. Aquí, el director vuelve a mostrar elegancia en el uso de la desproporción: un dealer menor tiene que fingir tener una familia para pasar un cargamento de drogas tras haber caído en desgracia. La “familia” en cuestión es tan marginal (en un sentido bien amplio) como él y, desde esos mismos márgenes, capaces de generar con precisión toda clase de efectos cómicos. Quien esto escribe no es fan de Jennifer Aniston: lo sería sin reservas si la mitad de sus trabajos fueran como este: combina perfectamente el timing para el efecto cómico con el aspeco sexy, y en su personaje se concentran todas las contradicciones sociales sobre las que trabaja una trama que no le teme al delirio. La película es todo lo libre y todo lo satírica que puede ser sin reservarse nada. E incluso habla bien de la familia, aunque parezca reírse de ella, o justamente por eso mismo: muestra sus contradicciones, lo cosmético de muchas de sus representaciones y, en última instancia, qué significa hoy. Y lo hace sin ahorrarle una risa al espectador. No hay muchas películas así, aproveche ahora.