Whitney Houston murió ahogada el 11 de febrero de 2012, en la víspera de la ceremonia de entrega de los premios Grammy de ese año. En su cuerpo se hallaron restos de cocaína (lo que sugiere una sobredosis accidental) y problemas cardíacos. En Quiero bailar con alguien, ese instante final no aparece, reemplazado por una leyenda sobreimpresa en la pantalla. En su lugar, para la despedida, se eligió uno de los grandes momentos artísticos de la malograda cantante, el medley interpretado en los American Music Awards de 1994.
En el cierre de sus excesivos 144 minutos, la película asume en plenitud su identidad. Es la biografía oficial y autorizada de Whitney Houston, avalada por la presencia en los créditos como productores de su cuñada Pat y el legendario productor musical Clive Davis, decisivo en la carrera artística de Whitney y personificado con autoridad por el gran Stanley Tucci.
El testimonio que quiere dejar la película es, sobre todo, el de la música. Con la auténtica voz de Houston presente en todo momento, aunque el talento de la actriz británica Naomi Ackie deje la sensación equívoca de que es ella la que canta, cuando en realidad hace una fonomímica perfecta con el movimiento de sus labios. A la vez, sostiene con gran convicción el compromiso de representar a Whitney a lo largo de una vida llena de contratiempos, infortunios y sueños frustrados.
En este terreno, Quiero bailar con alguien repite los errores de Bohemian Rhapsody, otra biografía musical también escrita por Anthony McCarten. Como ocurría en el caso de Queen y Freddie Mercury, la vida de Houston es una sucesión de viñetas contadas siempre de manera superficial y a toda velocidad, sin preguntarse en ningún momento por las razones profundas que llevaron a un desenlace tan terrible.
En su lugar se acumula información, por lo general llena de supuestos, datos confusos y descripciones elementales, sobre el papel de los padres de Houston en su evolución artística y el manejo económico de su carrera, la temprana relación sentimental de la cantante con la fiel Robyn Crawford, el accidentado romance con Bobby Brown, el vínculo con su hija Bobbi Kristina. De su paso por el cine casi no se habla, como si fuese irrelevante hacerlo. El planteo deja una inquietante conclusión: en el fondo, la única responsable de no haber hecho las cosas bien es la propia Whitney.
La película trata de corregir esa incómoda (y seguramente no deseada) opción a través del mejor legado posible: el poder incombustible de las canciones. Desde esta perspectiva al menos se asegura la fidelidad de los fans. Pero las preguntas sobre las decisiones cruciales que ella tomó a lo largo de su vida siguen abiertas. Quiero bailar con alguien expone el descenso a los infiernos de su protagonista, pero nunca se pregunta de verdad qué fue lo que llevó a este inesperado y abrupto final, justo en el momento en el que Whitney Houston imaginaba, a los 48 años, que podía intentar el regreso a un esplendor perdido y tan extraviado como esta biografía.