Las biografías cinematográficas son siempre una trampa. Por un lado son evaluadas por su relación con la figura elegida, por el otro la oportunidad de que los expertos -o quienes creen serlo- desplieguen todo su conocimiento no cinematográfico para explicarnos, a modo de una biografía escrita, lo que la película debería haber narrado. Pero como ocurre con la adaptación de libros, a veces hay que dejarse un margen grande para ver lo que está en la pantalla y no estar todo el tiempo jugando a la comparación. Tampoco se puede negar que es un género comercial donde todos sueñan con la taquilla y también con los premios, en particular aquellos que interpretan el rol principal.
Quiero bailar con alguien (Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody, 2022) es la biografía cinematográfica de Whitney Houston, una de las mejores voces y artistas más populares de todos los tiempos. El papel de Whitney recayó en Naomi Ackie, lo que es claramente una decisión de no buscar una imitadora de la cantante, sino una actriz que la interprete. Esa clase de decisiones arriesgadas suele alejar a las películas de los premios, cosa que aquí ocurrió. La dirección es de Kasi Lemmons, la directora de Harriet (2019) y el guión es de Anthony McCarten, un verdadero especialista en biopics. Él es el guionista de La teoría de todo, Rapsodia Bohemia, Las horas más oscuras y Los dos Papas. Y Stanley Tucci interpreta a Clive Davis, el presidente de Arista Records. La película buscaba brillar en el género, pero algunos elementos la dejaron fuera de la carrera.
La película tiene muchas decisiones arriesgadas, es pudorosa en prácticamente todo pero al mismo tiempo declara abiertamente la relación homosexual de Whitney Houston con Robyn Crawford (Nafessa Williams), algo conocido aunque no para el gran público, ya que ella nunca habló públicamente sobre el tema. También aparece la resistencia de la comunidad afroamericana a una artista que pasó muy por encima de los prejuicios raciales y fue más popular que todos los artistas activistas juntos. Su falta de racismo artístico le permitió protagonizar esa maravilla de avanzada llamada El guardaespaldas (1992) que fue tan popular como rechazada por su historia de amor interracial.
La película apuesta más a la inteligencia del espectador que a todas las obviedades y no se regodea jamás en el dolor. Su dignidad y amor por Whitney Houston son claras y la casi totalidad de las canciones son con la voz original de ella. Hubiera sido imposible reemplazarla, por otro lado. El famoso momento del Himno Nacional de los Estados Unidos en el Super Bowl está a la altura de la leyenda. Más no se puede pedir.