Tres tontos y un secuestro
La segunda entrega de Quiero matar a mi jefe trae de regreso al trío de amigos que sufre con los jerarcas. Aunque sin sorpresas y con fórmula parecida, entretiene.
Comenzar hablando de una película por lo destacable de su elenco, generalmente implica que en el resto de los aspectos a tener en cuenta para darla por buena se deja algo en el camino. A los nombres de Jason Bateman, su tocayo Sudeikis y Charlie Day, se suman nuevamente en roles secundarios Jennifer Aniston, Jamie Foxx y Kevin Spacey. Pero si faltaban nombres rutilantes en esta secuela, ahí están entonces el talentoso y multimpremiado Christoph Waltz (quizá el más desperdiciado) y el carilindo Chris Pine.
Estos dos últimos son los que llegaron a los fines de aportar la vuelta de rosca que se necesitaba para echar a rodar la franquicia, interpretando a un padre empresario y a su hijo. El primero querrá aprovecharse de los tres amigos protagonistas con la finalidad de arrebatarles de las manos un particular, dudoso, pero aparentemente vendible producto.
Porque los chicos, hartos de soportar a superiores, habían decidido valerse por su cuenta dándole manija a un emprendimiento propio, que como ya se dijo se verá trunco por la avivada del empresario. Y como en función de lo ocurrido durante la primera entrega se dieron cuenta de que no tienen talla para el asesinato, no se les ocurre mejor idea que secuestrar al hijo del tipo para recuperar lo perdido.
Efectiva pero previsible. Los productores de Quiero matar a mi jefe 2 no arriesgaron en lo más mínimo, y simplemente se dedicaron a potenciar las virtudes que hicieron reír al público en la cinta predecesora. Y por supuesto, la repetición exacerbada funciona porque las carcajadas salen a la fuerza.
Pero si hay algo que debieran tener en cuenta los popes de los estudios, y fundamentalmente en el género comedia, es que arriesgar vale la pena. Porque si el aporte fresco es efectivo, junto a los gags previsibles el combo se vuelve más interesante aun. Aquí no pasa eso, y solo las secuencias ya vistas un montón de veces son las que logran la risa del público.
El trío Sudeikis-Day-Bateman dio muestras de funcionar muy bien en 2011, y en esta oportunidad no se queda atrás. En definitiva, esta continuación cumple con su función de entretener un rato al espectador, con los simples argumentos de humor escatológico, líneas delirantes y un equipo de actores que, en comparación futbolera, bien podrían jugar en el Barcelona.