Quiero matar a mi jefe 2

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

NO ESTAMOS MOTIVADOS

Llega un momento en la vida de todo hombre en que debe decidir entre convertirse en su propio jefe o seguir trabajando para otro. Es una jugada arriesgada, pero que si sale bien puede dar muchas satisfacciones. Podría decirse que algo parecido pasa con las películas, si entendemos a la original como la jefa y a sus secuelas como las empleadas (sí, estoy delirando, pero sigan conmigo un poco más). Hablando de Hollywood en general, las segundas partes prefieren las relaciones de dependencia: constantemente les chupan las medias al film que encabeza el organigrama con guiños que remiten a lo ya visto, a todo aquello que está comprobado que funcionó (o no, en el caso de la famosa risa de compromiso ante el chiste malo del jefe). Muy pocas veces estas subalternas toman una actitud proactiva, porque prefieren quedarse a la cómoda sombra de la patrona. Y sabemos que sólo se vuelven memorables aquellas sagas en las que las empleadas generan algo nuevo o le dan una vuelta de tuerca a las fórmulas ya conocidas. QUIERO MATAR A MI JEFE 2 (HORRIBLE BOSSES 2, 2014) es mitad y mitad: las referencias (y reverencias) a la primera parte están (a veces de manera algo forzada, como la aparición de ciertos personajes), pero también tiene su propio empuje en algunos momentos. Lástima que sean más las veces que falla que aquellas en las que acierta.
Luego de los eventos de QUIERO MATAR A MI JEFE (HORRIBLE BOSSES, 2011), Nick (Jason Bateman), Kurt (Jason Sudeikis) y Dale (Charlie Day) también están en una etapa inestable, un periodo de prueba y error en el que buscan abrirse paso en el mundo sin depender de nadie. Para eso inventan un producto, el "Shower Buddy" (una especie de complemento para la ducha que arroja el shampoo junto con el agua), con el que esperan ganarse la vida. Con toda su inocencia, terminan haciendo un trato con la persona equivocada, el adinerado empresario Bert Hanson (un desaprovechado Christoph Waltz), y su negocio parece haber fracasado incluso antes de empezar. Pero la clave para salvar su emprendimiento podría estar en Rex (Chris Pine, pura energía), el hijo del millonario, a quien planean secuestrar para pedir a cambio un jugoso rescate.
La trama se complica con varios giros, algunos ingeniosos pero otros dignos del más vago de los guionistas de la historia del cine: con tal de ofrecer más intensidad, más risas y más sorpresas, la película parece estar dispuesta a inmolarse, destrozando su verosimilitud hasta el punto del absurdo total (y me refiero a la delirante y tontísima persecución final) y otorgándole a sus protagonistas (especialmente a Kurt y al irritante Dale) un grado de imbecilidad tan alto que deja de ser gracioso. Para una secuela (y por definición), buscar su propia identidad es sumamente difícil: QUIERO MATAR A MI JEFE 2 lo intenta, aunque con poca convicción, y es ahí donde termina su camino.