Esta es una de las veces en las cuales la segunda parte supera la primera. En 2011, escribimos en esta misma publicación, sobre el problema de indecisión de “Quiero matar a mi jefe” (2011) pues no apostaba ni por la comedia de enredos, ni por el grotesco absoluto. Sí tenía una muy buena primera media hora.
Nick (Jason Bateman), Dale (Charlie Day) y Kurt (Jason Sudeikis) se han "librado" de sus jefes - en la primera -. Tiempo después, deciden invertir en algo para convertirse en sus propios jefes, o sea independizarse. Tienen un invento. Un producto digno de los comerciales de Sprayette, pero como en USA hay clientes para todo, y el sueño americano todavía no está extinto, deciden buscar un inversionista. Caen en una empresa multimillonaria a cargo de Rex (Chris Pine), una suerte de lobo disfrazado de cordero, quien les hace una oferta increíble. Aunque es rechazada (y aquí viene un guiño a la política) porque el inversor desea fabricarlo en China, al contrario de los tres amigos, confiados en el valor de la mano de obra estadounidenses. Por suerte, interviene el padre de Rex, Bert (Christoph Waltz). Éste les da vía libre para pedir un crédito y así seguir con el negocio. La "cama" monumental que les hacen los empresarios los "obliga" a tomar medidas drásticas para no perderlo todo.
El cambio de guionista y dirección le vino bien a esta secuela, más bien por una cuestión de renovación y frescura que por los pergaminos que ostenta Sean Anders quien, sin moverse un ápice de la comedia, escribió la efectiva “¿Quienes son los Miller?” (2013), la insulsa “Los pingüinos de papá” (2011), y en una servilleta de pizzería, “Tonto y retonto 2”.
Con semejante prontuario me permito agregar una cuota de suerte al resultado de “Quiero matar a mi jefe 2”. Saber que el público ya conoce a los personajes es la mejor carta con la que cuenta el director. La primera escena sirve para recordar al espectador el tipo de humor que se maneja aquí, con ellos tres tratando de mostrar su producto en televisión. Se dobla la apuesta, son tres estúpidos que toman decisiones aún más estúpidas, pero persiguiendo el ideal de todo empleado: ser independiente de su patrón. También sirve para hacer que el espectador entre en el juego, lo asimile y (si quiere) se deje llevar con las primeras sonrisas. Eso más la química entre el trío protagónico y las apariciones esporádicas de algunos personajes de la anterior (las escenas con Kevin Spacey y Jamie Foxx son desopilantes) funciona a la perfección. Hay un gran aprovechamiento de los personajes. Por la continuidad de sus acciones, de su impronta, y por una buena mano para extirpar los excesos en la dirección de actores de hace tres años.
Con estos antecedentes ya no es tan necesario discutir el verosímil porque, para bien o para mal, viene ya instalado por su antecesora. De hecho son varias las referencias por lo cual la buena memoria es un factor a tener en cuenta para poder captar algunos guiños.
Al ser una secuela y necesitar espacio para todos, la inclusión del personaje de Jennifer Aniston parece forzada en el argumento (poca injerencia en la resolución final), aunque no por ello menos efectiva desde el punto de vista del humor.
“Quiero matar a mi jefe 2” es de lo mejorcito que se puede ver de la comedia norteamericana de hoy. Su efectividad está dada por la misma razón que funciona todavía “Saturday night live”: los grandes actores cómicos están más allá de los libretos. No siempre es sinónimo de buen resultado en cine. Esta vez si.