Nadie se esperaba el éxito inmenso que tuvo en 2011 Horrible Bosses, donde un excelente elenco supo darle hogar a un sin fin de bromas vulgares, escatológicas, racistas y homofóbicas, donde cada parlamento tenía la misma fuerza y valentía que un texto de Shakespeare. Bueno, quizás tampoco tanto, pero ver a Jennifer Aniston entregarse completamente a su costado más soez era detalle digno de admirar.
Tres años han pasado desde que Nick, Kurt y Dale atentaron contra la vida de sus respectivos jefes, en un negrísimo homenaje a Strangers On a Train, y sus vidas han cambiado para siempre, y así también las de algunos de sus empleadores. La dinámica fraternal creada por Jason Bateman, Charlie Day y Jason Sudeikis sigue floreciendo, ahora como jefes autónomos y creadores de un ingenioso aparato para duchas. En búsqueda de patrocinadores no tardan mucho tiempo en cruzarse con una dupla de padre e hijo, que prometen auspiciarlos pero terminan engañándolos de la peor manera. En ese caso el asesinato está fuera de cuestión, así que el próximo paso es bajar un par de escalones y seguir la senda del secuestro. Si tres homicidios fue demasiado trabajo para este trío de amigos, un secuestro parecería adecuarse a un plan más factible, pero es más que obvio que nada saldrá a pedir de boca para estos muchachos.
Mientras que el elenco sigue firme, con las notables inclusiones de los "jefes" de turno en Christoph Waltz y Chris Pine, el equipo técnico ha cambiado casi drásticamente, y Sean Anders (Sex Drive) toma las riendas como director, así como también el timón de la historia. Anders viene de una buena racha, luego de escribir la fantástica We're The Millers y la reciente Dumb and Dumber To, y le sigue el juego comenzado por Seth Gordon dirigiendo una secuela orgánica y demasiado entretenida. Sirven como bazas para medir la diversión la estupenda química entre el terceto protagónico y los personajes ya conocidos, como el hilarante gángster de Jamie Foxx o la sexópata Julia de la carismática y zarpada Aniston. Waltz no aporta mucho a la trama, ya que el guión no le exige demasiado, igual que a Kevin Spacey, quién brilló en la primera parte y aquí tiene poco metraje pero lo hace valer. La sorpresa viene por el lado de Pine, un comediante con talento nato que no muchas veces se lo hace brillar de esta manera, como un sociópata adinerado, ventajero y mentiroso compulsivo.
La desventaja de Horrible Bosses 2 es que todo el nudo arrastra situaciones enormes -la reunión de adictos al sexo, espectacular- y momentos que se desinflan cuando el plan del secuestro se pone en marcha, llegando a una conclusión forzada y un final que no se sostiene durante mucho tiempo, ni que tampoco satisface como el de su predecesora. Pero aún con sus falencias, es una genial secuela que sabe utilizar todo lo que anduvo bien antes y que no tiene miedo de arriesgarse a unas cuantas situaciones rutilantes y bastante negras. En definitiva, otro paso en la comedia americana que cumple lo que promete.