Salí de mirar "Quiero morir en tus brazos" con más dudas que certezas. Es una frase hecha decir que “no alcanzan con las intenciones”, más en un plano artístico como el cinematográfico; sin embargo, y pese a que hay que reconocer que no estamos ante un film perfecto, en este caso la buena voluntad y los suficientes logros positivos terminan inclinando la balanza hacia un lado positivo.
El director y guionista Victor Jorge Ruiz parece ser un cineasta que va a contramano de la corriente, hablamos de quien se ubicó detrás de cámara en "Flores amarillas en la ventana", "Ni vino ni muerto", y "La última mirada", producciones que responden a un modo clásico/tradicional de hacer cine, quizás anticuado, aquel que resalta los momentos dramáticos, los diálogos altisonantes y que se maneja en un esquema básico.
Todo esto expresado no como un punto negativo, sino como alguien que se mantiene firme a una forma de hacer cine, aquel que aprendió en sus comienzos ocupándose de la fotografía en films de los años ochenta.
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Victor Ruiz prevalece el mensaje, el trasfondo del texto por sobre el ritmo o modo estético en que este es expresado, y así esta forma, para algunos declamatoria, se ha ganado tanto detractores como adeptos.
En Quiero... Ruiz vuelve a hacer uso de sus formas para contarnos un melodrama clásico pero con suficientes ribetes que lo hacen interesante. El protagonista es Eduardo (Roberto Vallejos) un hombre de un muy buen pasar económico al que le diagnostican una enfermedad terminal.
Como suele suceder, al menos en las películas, estas noticias movilizadoras hacen tomar decisiones trascendentales, y es así como emprende un viaje a la Patagonia que abandonó hace 20 años en busca de un viejo amor (Melina Petriela) y una vida que cambió drásticamente.
La anécdota en apariencia es simple y directa para plantear un “drama del corazón”, pero ahí está el pasado de Eduardo y su familia relacionado con los hechos más funestos de nuestro país, y hasta el obligado secreto a descubrir.
Estamos ante una película que descolle originalidad, arriesgados rubros técnicos, ni vértigo en el ritmo de situación; una mirada muy aguda puede encontrar algún aspecto televisivo de no ser por la bellísima fotografía que aprovecha las bellezas naturales de nuestro Sur, y los correctos rubros interpretativos en general. Pero lo que sí tenemos es un film que se sigue con interés, que no termina de cerrar todas las historias para que el espectador lo haga, y sobre todo que deja sus bases ideológicas bien claras.
Ante tanto producto destinado al público masivo, que imprime un ritmo y un desarrollo digno de una superproducción, permítanme la satisfacción de integrar un título que hace recordar a películas argentinas de décadas pasadas, aquel cine que marcó una huella y formó un estilo que, declamatorio directo o no, era identificable con nuestra cinematografía.
Eduardo es un personaje perdido en un mar de ambición y progreso y a último momento, tarde, trata de descubrir nuevos valores, o en realidad los valores que existían en el pasado; con esa misma idea tiene que entrar el espectador a Quiero Morir en tus brazos.