Paseos en bicicleta, cantitos interiores, trámites en dependencias del Estado, encuentros casuales con antiguos compañeros, cambios subrepticios de profesión; la película de Sergio Corach parece renunciar a cualquier clase de esquema narrativo prefijado y ofrece, en cambio, una estructura blanda que parece poder abrirse a casi cualquier tipo de peripecia. Lejos del psicologismo, la voz en off del protagonista comenta sus estados de ánimo y sus intercambios con colegas de oficina o con una chica que le gusta: la rareza del personaje (interpretado por Corach) es tal que, por momentos, la película resulta una crónica marciana, una especie de sociología extraterrestre. El director trabaja un humor imprevisible que apuesta fuerte tanto a lo escatológico como al absurdo y a la reiteración. El monólogo interior, plenamente liberado de exigencias narrativas, se transforma en el principal dispositivo que tiene Corach para trazar los contornos de ese mundo delirante cuyo parecido con el nuestro no hace más que acentuar su extrañeza.