La idea de reunir a Richard Gere, Susan Sarandon y Diane Keaton en una película romántica remite casi de inmediato a la década de 1990, cuando el terceto, especialmente en el caso Gere, era parte de las grandes estrellas del cine para adultos. Pero Quizás para siempre no se filmó en aquella época, sino hace pocos meses. Que no lo parezca es otra cuestión.
La película de Michael Jacobs (es su debut en la dirección de largometrajes) comienza con Sam (William H. Macy) llorando a moco tendido en un cine en el que coincide con Grace (Keaton, haciendo el papel de siempre). Corte a la habitación de un hotel donde Howard (Gere) se encuentra con su amante Monica (Sarandon). De allí al tercer escenario: un casamiento en el que Allen (Luke Bracey) corre despavorido a agarrar el ramo que iba directo a las manos de su novia Michelle (Emma Roberts).
Sam termina caminando por la ciudad y abriendo el corazón ante Grace, mientras Howard se pelea con Monica. Algo similar sucede luego con Allen y Michelle, que se aproximan al momento bisagra de decidir si se separan o si se casan. Ante esa disyuntiva, no tienen mejor idea que invitar a los padres de ambos a una cena para que se conozcan.
No hay que ser un iluminado para imaginar quiénes son esos padres, así como tampoco cómo transcurrirá una cena atravesada primero por la incomodidad y luego por una suerte de pase de facturas generalizado y reflexiones sobre el amor y la vida en pareja. Diálogos que no van más allá de los lugares comunes sobre-escritos de un género que, más allá de cierta renovación fruto de las nuevas voces que circulan en el streaming, cada tanto tropieza con las piedras de siempre.