Hace años que el subgénero de la comedia romántica se encuentra muerto en Hollywood y perdió el esplendor que supo tener en décadas pasadas.
Dentro de este período decadente Quizás para siempre es de lo peor que llegó a los cines en mucho tiempo.
Un bodrio soporífero que falla horriblemente a la hora de trabajar el humor y tampoco genera entusiasmo en el terreno del romance.
Emma Roberts conforma una pareja sin química junto Luke Brasey que contempla la posibilidad de casarse y reúnen a sus padres para comunicarles la noticia.
El giro del argumento es que los matrimonios no sólo se conocen entre sí sino que además mantienen relaciones infieles entre ellos.
A partir de esa premisa inverosímil el productor teatral Michael Jacobs debuta como cineasta en esta propuesta que poco tiene que ver con el tipo de espectáculo que se promociona en los avances.
Su narración tarda una eternidad en establecer el conflicto central y gran parte de la trama se pierde en conversaciones intrascendentes sobre la vida y las relaciones de pareja.
Al hecho que las figuras del elenco conforman familias desagradables que no despiertan interés se suma la incapacidad del director para desarrollar enredos graciosos que generen alguna risa.
El único elemento rescatable de esta película reside en las interacciones entre Richard Gere y Susan Sarandon, cuya química ya había funcionado en una comedia más sólida como fue Shall We Dance, estrenada en el 2004.
Diane Keaton y William H.Macy por su parte terminan desperdiciados en roles que interpretaron sin entusiasmo en modo de piloto automático.
En resumen, una ópera prima fallida y olvidable que no le hace justicia al género que aborda ni a la jerarquía del reparto reunido.